Vuelve Sarkozy: duelo de navajas en la derecha francesa

Publicado originalmente en ZoomNews
  • Sarkozy tiene sus principales adversarios en quienes fueron sus principales colaboradores durante su anterior mandato presidencial
  • Solo un milagro puede hacer que el Partido Socialista reviva y presente batalla antes de las próximas elecciones , en especial el que fuera primer ministro, Dominique de Villepin.

 

sarko

En apenas dos meses, el próximo 29 de noviembre, el centro-derecha de la Unión para un Movimiento Popular (UMP), hoy el principal partido de la oposición en Francia (199 diputados de los 577 con que cuenta la Asamblea Nacional), elegirá a su nuevo líder, es decir al candidato a ocupar el Palacio del Elíseo en 2017. Una cita que pretendía en principio mostrar la renovación, en personas e ideas, de una formación llena de heridas internas a raíz de la ajustada derrota del anterior presidente Nicolas Sarkozy frente al socialista François Hollande (51,63% contra 48,36%). Sarkozy ejerció sus cinco años de presidente con mano de hierro. No es en vano que hubo de sobreponerse antes a todas las trampas que le tendió su antecesor, Jacques Chirac, secundado por otros ambiciosos aspirantes a sucederle, en especial el que fuera primer ministro, Dominique de Villepin.

La arrolladora personalidad de Sarkozy, sus propias pulsiones, se tradujeron en un desempeño del poder con evidentes rasgos absolutistas. De no mediar la caducidad de los mandatos de la democracia, Sarkozy hubiera sido un perfecto continuador de la filosofía política de Luis XIV: "El Estado soy yo". Apenas dejó resquicios para que su primer ministro y los demás miembros del Gobierno brillaran con alguna luz propia. Es por ello que dos de los candidatos ya declarados a auparse al liderazgo de la UMP, François Fillon y Alain Juppé, van a disputar a cara de perro esa preeminencia a su antiguo jefe.

Fillon fue no solo su primer ministro a lo largo de todo el mandato presidencial de Sarkozy (2007-2012) sino también su mano derecha y el fiel apagafuegos de los numerosos "errores de comunicación" (perífrasis para designar las meteduras de pata) del jefe del Estado. Tanta quina hubo de tragar, tantos sapos hubo de comerse enteros, que hoy las relaciones entre ambos son inexistentes, sin que falten entre ambos puntuales demostraciones de hostilidad manifiesta.

En cuanto a Alain Juppé, eterno alcalde de Burdeos, indiscutible peso pesado de la UMP y el hombre que Chirac tenía in pectore como su sucesor natural, sabe que esta puede ser su última oportunidad de llegar al Elíseo. A sus 69 años tiene el lomo lleno de cicatrices, entre las que destacan las infligidas -y voluntariamente aceptadas- por el escándalo de los sueldos asignados masivamente a gentes del partido en el Ayuntamiento de París cuando Chirac ocupaba el sillón de alcalde. Sarkozy le rescató y le hizo ministro de Asuntos Exteriores, pero demostrándole siempre que las relaciones internacionales de Francia eran su dominio reservado, y él, Juppé, un mero ejecutor subordinado.

Problemas con la Justicia

Antes de abandonar el sillón presidencial, Sarkozy había situado a uno de sus peones de confianza, Jean-François Copé, paradigma del político gris pero con olfato para cobijarse bajo la mejor sombra. Copé había sido precisamente el ariete que Sarkozy utilizó para cercenar las tentaciones de Fillon de hacerse con un nombre propio al margen del presidente. Encaramado como secretario general a la máxima responsabilidad del partido, hubo de dimitir de su puesto el pasado mes de junio, una vez que los jueces le imputaron en el caso Bygmalion, por presuntas facturas falsas con las que se sufragó la campaña electoral de 2012.

Sarkozy perdió esas elecciones, pero la presunta financiación irregular de su campaña podría implicarle si se demostrara que estaba al tanto de las operaciones ilegales para costearla. Es uno más de los muchos casos judiciales a los que se enfrenta, y que van desde "corrupción activa", "tráfico de influencias" y "revelación de secretos" a propósito de un presunto intento de comprar a un juez, hasta las sospechas de haber instado una cuantiosa indemnización por el Gobierno de 403 millones de euros a su amigo Bernard Tapie, por la venta previa a precio leoninamente bajo de sus acciones en la empresa Adidas. Escándalos a los que se unirían otros casos, como la presunta financiación de la campaña de Sarkozy de 2007 por el dictador libio Muammar El Gadafi, y diversos sondeos presuntamente encargados por el Elíseo de manera irregular a empresas de amigos del entonces presidente.

"No tengo nada que ocultar. O ¿acaso cree usted que me volvería a presentar si tuviera que esconderme por algo?", espetaba Sarkozy a su entrevistador de la televisión pública francesa el pasado domingo, en un programa monográfico en el que anunció su vuelta a bombo y platillo.

La tribuna le sirvió para mostrar su desprecio al actual presidente, el socialista François Hollande, para proclamar que si vuelve, lo hace para salvar a una Francia "desesperada porque se la gobierna mal"; una Francia que, a la vista de ese diagnóstico,  y que según sus propias conjeturas, podría caer en las garras del Frente Nacional de Marine Le Pen. La actual presidenta del FN ganaría hoy a cualquier candidato que se le opusiera en la primera vuelta, fuera Hollande o cualquiera del centro-derecha, pero perdería en la segunda, tanto frente a Alain Juppé como en un duelo contra Nicolas Sarkozy.

Sacadas, pues, las navajas, el arco político vuelve a dividirse entre los que respaldan el tétrico diagnóstico de Sarkozy, como la exministra y ahora eurodiputada Rachida Dati, y los que observan un desmedido afán de revancha, como el actual primer secretario del Partido Socialista, Jean-Christophe Cambadélis. También ha echado su cuarto a espadas el actual primer ministro Manuel Valls, que mientras intentaba arrancar de la canciller alemana, Angela Merkel, el compromiso para que Francia disponga de dos años más para rebajar su déficit al sacrosanto límite del 3%, denunciaba que "él jamás, jamás, manifestaría a mis compatriotas que siento vergüenza de mi país".

Temible en cualquier caso, Sarkozy ha vuelto. Y lo hace en pos del poder. No de una parcela del poder, porque, conforme a su instinto político y a los antecedentes de su comportamiento, lo quiere todo, absolutamente todo. Han pasado solo dos años desde el adiós forzado de Sarkozy a la política. Quedan, pues, tres más hasta una nueva elección presidencial, siempre y cuando Hollande, hundido en un mísero 13% de ciudadanos que aprueban su gestión, no se vea obligado a adelantarla. A día de hoy, solo un milagro podría hacer revivir para esa cita a un Partido Socialista francés en el que son muchos los que desertan de apoyar el durísimo plan de ajuste emprendido por el tandem Hollande-Valls.

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