La crisis empuja a Europa a la derecha

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El gran vencedor de las elecciones europeas ha sido sin duda la abstención. Casi el 57 por ciento de los ciudadanos no se han sentido concernidos por estos comicios. Es explicable, por el comportamiento de los partidos, la renacionalización del discurso político o el desinterés de los medios hacia debates que no sean en clave nacional. Y es hasta cierto punto lógico porque, ante la actual parálisis del proceso de construcción europea, entender lo que en realidad se ha votado es cuando menos complicado. Y desmotivador.

¿Qué hemos votado? Hemos elegido un parlamento con competencias limitadas; cierto es que serán mayores cuando entre en vigor el Tratado de Lisboa. Pero nuestro voto no forma gobierno. Entre las instituciones comunitarias, lo más parecido a un gobierno es la Comisión, pero su composición no depende del resultado electoral. Está aceptado que el presidente pertenezca al grupo más votado y, como quiera que el triunfo del PPE estaba cantado, socialistas y populares ya se había puesto de acuerdo antes del 7 de junio en que Durao Barroso repetiría en el cargo.

Así hemos perdido el efecto de teatralización de las elecciones que permite visualizar la alternativa. Los comisarios, además, son propuestos por los gobiernos respectivos. Cierto es que el Parlamento puede opinar al respecto y que, en caso de casos flagrantes como el del italiano Bottiglioni, Berlusconi se vio obligado a sustituirlo.

¿Y qué decir del Consejo? Pues es algo así como las monarquías liberales del siglo XIX en España. Colegisla junto al Parlamento, con el que está obligado a ponerse de acuerdo. Pero el consejo son también los gobiernos. ¿Dónde votar: en las elecciones nacionales o en las europeas?. Sin duda en las dos, pero ¿cómo explicamos el sentido del voto? ¿Como una apuesta por un proyecto europeo que hace aguas por doquier? ¿Cómo un acto de fe en un futuro en el que habrá líderes más europeístas, sin amenazas a un tratado como el de Lisboa que ya es una versión reducida del fracasado proyecto constitucional? Coincidirán conmigo en que esto es difícil de explicar. Y mucho más si no se quiere hacer.

Junto a una abstención consciente, técnica o fruto de la desmotivación y la dejadez, hay un porcentaje significativo -en España en torno al 3%- de votos blancos y nulos. Y eso sí que son claramente exponentes de ciudadanos responsables que quieren manifestar su protesta por el actual estado de cosas y, sobre todo, con la actuación de los partidos políticos.

La tercera nota destacada de las elecciones ha sido el triunfo del PPE. Repite prácticamente los resultados del 2004 y ello a pesar de que ahora tiene fuera de sus filas a los conservadores británicos que buscan grupo propio con otros euroescépticos polacos y checos. El triunfo en Francia, Alemania, Italia o España apuntala una tendencia que puede tener continuidad en las inmediatas elecciones generales en Alemania, Portugal y, por supuesto, en el Reino Unido, donde las encuestas dan una ventaja considerable a los toris. Y esta última no es una buena noticia para los europeístas porque su líder, David Cameron, ya ha anunciado un referéndum sobre el Tratado de Lisboa desandando el proceloso camino que llevó a la ratificación parlamentaria. Alguien dijo que los británicos sólo se habían adherido a la UE para dinamitarla.

En la pasada legislatura los populares tenían una representación un 33% mayor que los socialistas; ahora la ventaja popular es del 68%. Porque el PSE ha perdido casi 100 escaños. Los socialistas o socialdemócratas sólo lograron victorias en pequeños países, como en Suecia, Dinamarca, Grecia, así como en Eslovaquia y Malta. Y sufrieron derrotas importantes en Francia, Alemania, Italia, Portugal y, en menor medida, en España. Una pérdida, de todas formas, que habría que considerar como moda (un valor repetido) y no como tendencia (variaciones a lo largo del tiempo). Quiero decir que lo sucedido obedece a la suma de situaciones de crisis interna o problemas de liderazgo en países como Francia, Italia, Alemania, Austria, Portugal…. En cualquier caso, la proporción derecha-izquierda en el nuevo parlamento es 65-35 y con diferencias así, los acuerdos van a ser mucho más difíciles.

En ese 65 por ciento están incluidos, además de los populares, liberales, soberanistas, euroescépticos y derecha xenófoba. En el 35% de la izquierda se incluyen Verdes (en ascenso a costa de la socialdemocracia, como en Francia), Izquierda Unitaria Europea (estable) y nuevos en Estrasburgo como la Italia de los Valores del juez Antonio Di Pietro.

Especialmente relevante ha sido el ascenso de la extrema derecha. Son xenófobos como Le Pen, los holandeses del Partido por la Libertad de Geert Wilders, una formación que se define como antimusulmana y antieuropea y que se ha situado en segundo lugar, o el Partido Nacionalista Británico. Entre los nuevos socios procedentes del antiguo bloque soviético, el ascenso de la extrema derecha ha sido significativo. Desde el presidente del Steaua de Bucarest en Rumanía, hasta el Movimiento por una Hungría Mejor, que logró tres escaños en el Parlamento Europeo con un discurso xenófobo contra la minoría gitana.

Pero la lectura o la interpretación de todos estos datos, como el espectador ante la pantalla, depende del trozo de realidad que se acote, del tipo de plano que elijamos. Si ponemos el foco en el compromiso con Europa, más allá de ausencias de liderazgos, de la renacionalización del discurso y de la falta de decisión para impulsar la construcción europea, el 80 por ciento de la cámara (conservadores, democristianos, liberales, socialistas, verdes, izquierda unitaria y algunos no inscritos) comparten ese territorio común. No es poca cosa.

Es claro que buena parte del electorado se toma las elecciones europeas con un cierta frivolidad. Y se apoya a partidos con los que no repetirían el voto en unas elecciones nacionales, por puro sentido de la responsabilidad , por no distraer un voto necesario para las formaciones afines con opciones de triunfo. Pero es algo que no ha dado en España. No ha habido escaños para ningún outsider. El PP ha conseguido casi cuatro puntos más que los socialistas con un discurso en clave nacional y subrayando la ineficacia del gobierno frente a la crisis. Tampoco era europeísta el discurso de los socialistas, que han vuelto a agitar el fantasma de la derechona para movilizar a un electorado cada vez más alejado de la simplicidad de los mensajes. Al final los 23 escaños contra 21 dejan las cosas bien para ambos. El gobierno recibe un tirón de orejas, pero no un serio correctivo; y los populares continúan su tendencia al alza pero en márgenes que una participación más amplia -en unas elecciones nacionales- podrían ser absorbidos con una mayor movilización de la izquierda.

Las demás coaliciones han calcado los resultados del 2004. Izquierda Unida/Iniciativa per Catalunya mantiene sus dos escaños, aunque pierde votos. La Coalición por Europa del PNV, CiU y Coalición Canaria repite resultado con las dos actas que tenía en 2004, y la Coalición por la Europa de los Pueblos (integrada por ERC, BNG, Aralar y EA) consigue un acta para Estrasburgo. Un escaño tiene también Unión Progreso y Democracia, el partido de Rosa Díez y Fernando Savater. Un partido en ascenso, el único que ha ganado votos en relación con las elecciones generales y que se ha situado como tercera fuerza en treinta provincias, entre ellas Madrid. En la comunidad madrileña, gana apoyos el PP, pierden votos socialistas e Izquierda Unida y los gana UPD. Es claro que muchos de los apoyos al nuevo partido proceden de las filas de la izquierda por mucho que algunos se obstinen en negarlo. Parece que ese discurso de centro izquierda pero con un estado más centralizado como referencia tiene respaldo.

Juan Cuesta, Europa Team.
Vicepresidente de EUROPA EN SUMA

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