La paz no es todo, sin la paz no hay nada

la pazTratar de investigar las causas, de ningún modo supone justificar los efectos, y menos aun, a quién los genera. Cuando los sentimientos ante la tragedia dominan el escenario, apenas queda lugar para preguntar, ¿cómo hemos podido llegar a esta dramática situación? ¿Se podría haber evitado, o al menos intentado? La guerra fría (al principio de los 60 yo vivía en la RFA, primera línea de frente entre los bloques sistémicos, estos sí lo fueron), al amparo de unos acuerdos de seguridad compartida, reducía drásticamente las posibilidades de una confrontación nuclear consciente, excepto por causas accidentales, que sí las hubo, pero se superaron sin darles publicidad. Lógico.

El vértigo causado por la instalación de misiles soviéticos en Cuba, 1962, constituyó el paradigma que puso ante los ojos de mundo la locura de la “destrucción mutua asegurada” (MAD), “quien primero aprieta el botón, muere en segundo lugar”. Recordemos: Kruschev retorna los misiles a casa; Kennedy promete que no invadirá Cuba (tras el fracaso de la playa Girón un año antes), además de retirar los misiles de Turquía en el flanco sur de la URSS, sin documentos escritos de por medio, y sin hacerlo público a petición de Kennedy.

La discreción y los compromisos verbales siempre tuvieron lugar en las relaciones entre Estados, como quedó de manifiesto en las relaciones Este-Oeste durante la guerra fría. Después del demencial riesgo sufrido, un año más tarde se estableció el “Teléfono rojo”, hasta ahora en activo. De ahí que en estas o similares circunstancias en la era nuclear, “la seguridad de uno nunca se puede obtener en detrimento de la seguridad del otro”, y menos habiendo vecindad. Ninguno cambia de sitio; si no es convivir, al menos coexistir. La Seguridad Compartida, reforzada por la estrategia de la Disuasión Nuclear se mantuvo durante todo el período de guerra fría. No evitó diversos conflictos bélicos y guerras “locales”, pero el mundo no pereció en un holocausto nuclear. Relevante fue la contribución, sin ruidos ni aspavientos, de la CSCE (hoy OSCE), cuyo cometido no consistió en resolver conflictos abiertos, sino, más bien, prevenirlos y a lo sumo gestionarlos. Labor discreta, pero muy importante.

La Unión Soviética implosionó. El imperio se desintegró. Un sentimiento de fracaso y humillación invadió a la mayoría del pueblo ruso, incluso a los no adeptos al anterior régimen. Gorbachov fracasó en su pretensión de democratizar la URSS; de hecho, contribuyó a su desintegración, y también a impulsar la reunificación de Alemania. Mientras tanto, Mitterrand, receloso de una gran Alemania, declaraba su amor a la permanencia de dos Alemanias. Y a su vez, Margaret Thatcher reunía al consejo de sabios para evaluar el peligro de la reunificación. Aún hoy, Gorbachov goza de gran reconociendo en la nueva Alemania por su labor reunificadora.

Las discutidas promesas a Gorbachov por parte del secretario de Estado, James Baker, Helmut Kohl y otros dignatarios americanos y europeos, de que la OTAN no se acercaría a las fronteras de Rusia en contrapartida a la integración de Alemania unificada en la Alianza Atlántica, y posteriormente la descalificación y desprecio que Barak Obama mostró hacia Rusia al degradarla de potencia mundial a simple actor regional, exacerbó aún más la humillación y el espíritu de “gran ruso”. Gigantesco país euroasiático, primera o segunda potencia nuclear, inagotables recursos naturales, creciente penetración en África y otras zonas orientales, y a la vez imprescindible para afrontar graves retos colectivos mundiales como el medioambiental…  “No humilles al derrotado ni destruyas el Estado, los necesitarás para mantener el orden y reconstruir las futuras relaciones de paz” decía el Canciller prusiano, Otto von Bismarck, reaccionario, pero experto en geopolítica. Tras derrotar al imperio austríaco, 1866, e imponer la “Pequeña Alemania” prusiana, frente a la “Gran Alemania” pretendida por Austria, no humilló al católico Reino bávaro, bajo el Emperador Guillermo I.  Mantuvo los atributos de Rey Luis II del “Estado Libre de Baviera”. Estatus que aún perdura en el actual régimen republicano alemán.

“Versalles“ aparece como referencia histórica a la dramática situación de guerra que sufre Europa tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, J.M. Keynes ya advirtió de las humillantes condiciones que el Tratado de Versalles, 1919, sometía a la Alemania vencida. Y sentenció un futuro de graves consecuencias.  Henry Kissinger, secretario de Estado de EE.UU. en los gobiernos republicanos de Nixon y Ford, en el capítulo “Los errores de Occidente entre las dos guerras mundiales” del libro “Los seis pilares del orden mundial”, afirmaba que el Tratado de Versalles denigró a Alemania, de tal forma, que la humillación anuló todo interés por un nuevo orden mundial. Y de igual modo se expulsó a la URSS de la diplomacia europea como consecuencia de la revolución del 17. Extraña impresión, insistía, de mantener una reglamentación limitadora para los dos Estados más poblados del continente. “Versalles” no escuchó y llegó el “salvapatrias” creado por las circunstancias históricas, hasta el desastre final.

Se hundió la URSS, permaneció Rusia, y perdido el imperio se la condena a ser un “paria” ¿Para qué y con quién una nueva estructura europea de seguridad compartida (reclamada por Rusia en el primer período de 1991), si ya no cuenta? Pasó el tiempo y se hizo tarde, pero nunca lo suficiente para que no acabe esa insoportable tragedia humana, por la que nadie, ni los que les surten de armas, excepto los que allí mueren o se matan, nadie, está dispuesto a morir, pero… “las guerras se ganan o se pierden en el campo de batalla”. Sobre todo, si, al igual que la verdad, también sucumbe la voluntad de negociar.

Podemos intuir el final, el que sea, ¡siempre trágico!, sin equidistancias y sabiendo quién es el agresor.  No obstante, siempre valdrá más la pena prestar atención a las posibles causas que sufrir inevitables y dramáticas consecuencias. Pensemos en “Versalles”: Podemos extraer enseñanzas de la historia, pero no nos enseña lo qué hay que hacer; ella nos pone ante los ojos las posibles consecuencias en circunstancias parecidas. Y que cada generación decida cuáles son realmente comparables y cuáles no. Esperemos que la Unión Europea, con su propio y adecuado músculo y su grado de autonomía, no acabe siendo apéndice de supremos intereses en confrontaciones  hegemonistas. No siempre los enemigos de mi amigo, mis enemigos son ¿Tendrán las presentes generaciones que pasar por experiencias vividas en el pasado? Y recordando a Willy Brandt en tiempos belicosos: ¡La Paz no es todo, sin La Paz no hay nada!