Un rincón de Europa, la España vacía, será Reserva de la Biosfera.

DSC 0963Europa vive momentos difíciles. No momentos, sino años. El mal es profundo. El Brexit puede causar serios problemas económicos y financieros. Los populismos de derecha dura, ultranacionalistas y eurófobos, están en auge y lo veremos en las europeas de Mayo. Pero amplias zonas del extremo suroeste del continente, que tienen ya la  menor densidad de población de la Unión, se siguen vaciando. Aquí es difícil habla de Europa, de su futuro. Una meditación.

“Antes, en las fiestas del pueblo, nos pegábamos los del barrio de arriba, los de Santa Marina, y los del barrio de abajo, los de San Martín. Y menos mal que solo había dos parroquias…” dice el camarero. “Ahora, como somos muy pocos, las celebramos juntos y ya no nos pegamos, ja, ja, ja”

El viajero ha escogido hoy una ruta por el centro de la España vacía. Llega a un pueblo atraído, no por sus monumentos, que ya no los hay, sino por sus restos monumentales.   

De lejos, el pueblo aparece tumbado, como dormido en la solana. Los chopos grises, desnudos, marcan la línea de un arroyo a los pies. Se ven algunas casas renovadas por los que emigraron, que vuelven algunos días en vacaciones y en las fiestas, con colores que nada tienen que ver con la tradición, sienas, amarillos o ladrillos de todos los tipos imaginables. El que se fue de aquí quiere demostrar que ha triunfado y renueva su casa con lo que ha visto en los suplementos de fin de semana.

Pero, al acercarse, se aprecia la decadencia, casas cerradas hace décadas, carteles de “Se Vende” descoloridos, chapas oxidadas, muros caídos y aperos tirados. El viajero encuentra una vieja taberna para comer algo, redecorada con una mezcla de estilos que van desde la baja Lorena a la azulejería arábigo-andaluza. Hay varios comensales sentados bajo el sonido permanente de la televisión. Tras una sopa y probar el vino de la tierra se anima la charla y se habla del estado del pueblo.

17 2 sacramenia derrumbe 696x392“Hace unos días vinieron unos franceses”, comenta el camarero. “El Ayuntamiento había puesto una valla y un cartel para no que pasara nadie por una calle. Se ve que no lo entendieron. Se metieron y dejaron el coche aparcado allí y se derrumbó una pared de adobe sobre el vehículo. Menos mal que ellos habían ido a ver más ruinas, las de la ermita, y no les pilló. Ja, ja, ja. Y hace dos meses se había derrumbado otro muro”

En la tele dan la inevitable noticia sobre el cambio climático. El camarero sirve otra copa de vino de la tierra y sonríe: “Pues el aumento de las temperaturas quizá le venga muy bien a las viñas que están a casi mil metros de altitud”.

“Sí”, comenta un comensal, “y quizá todo esto se cubrirá de palmeras dentro de unas décadas. No te fastidia…”

“La verdad es que el fin la de la Edad de hielo, el Holoceno, comenzó hace unos 12.000 años y eso permitió el desarrollo de la civilización. Y sin intervención de la especie humana” remacha una señora que se presenta como ex directora de un centro cultural de la Caja de Ahorros local, que quebró como todas. Caramba con el nivel de conversación en la España vacía.

La televisión se convierte en el improvisado hilo  conductor de la charla. Los que están sentados en el comedor se tornan en improvisados tertulianos.

“¿Bipolar?”, dice el camarero, “nunca había oído esa palabra”.

“Eso es que unos días, uno está bien y otros, mal. Como todos”, comenta un señor con rostro escéptico, tallado por el sol y los vientos, que está sentado ante su plato de asado y una buena botella de tinto local.

Esta tierra es dura y seca. Como su gente. Poco proclive a las modernas alegrías idiomáticas y a los temas en boga. Ha visto muchas cosas y hereda una sabiduría antigua y descreída.

En la siguiente información, una feminista denuncia que los derechos de las mujeres están en grave retroceso.

9023821Master“Pues no sé qué derechos tendrían las mujeres cuando hasta hace muy poco bajaban al río en invierno para lavar la ropa y tenían que romper el hielo”, dice el camarero. “O cuando los señores feudales tenían derechos sobre todos. Y sobre todas, como creo que se dice ahora. Aquí, a este pueblo, llegó el moro Almanzor en una de sus correrías y degolló a todos los hombres y se llevó a las mujeres; está documentado en las crónicas de Dikr bilad al-Andalus. Tenemos una copia en el Ayuntamiento. A ver si te crees que somos unos incultos”.

“La verdad es que en los momentos de auge del Reino, las mujeres tenían mucho poder. Había muchas Reinas y muchas consejeras”, comenta la ex directora del centro cultural.

“Y tenían mucho carácter. La señora de Lancaster levantó el monasterio de Santa María, para lo que tuvo que enfrentarse con el obispo y la nobleza local. Luego, en ese lugar, murió doña Blanca, que había sido regente de Sicilia y que pasaba por aquí para echarle una bronca a su hijo, que andaba descarriado. Ah, y la de Lancaster fue la abuela de la Católica. ¡Menuda señora! Y si hablamos de su amiga y consejera, la señora de Bobadilla, tenemos para varios libros”

Ya animada, la ex funcionaria de la Caja quebrada expone de manera concisa, en un time lapse admirable, la secuencia de medio mileno de progresivo hundimiento del otrora gran Reino.

“Esta tierra inició su decadencia hace mucho tiempo. Fue muy rica por la lana y los tejidos. Luego, llegó aquel señor de Flandes de prognatismo inferior acusado que no le permitía masticar y les quitó los Fueros a la gente libre de esta tierra. Después, su hijo, el Señor de Luto, cobró impuestos terribles a los pecheros para pagar unas guerras por unas tierras que había heredado en el Norte. Décadas más tarde llegó la peste. Moría tanta gente que a uno, en la iglesia, tuvieron que enterrarle en una esquina, en ele. No había más sitio. Lo descubrieron cuando hicieron unas obras de restauración. El remate fue la fallida desamortización de Mendizábal. La burguesía compró las tierras de la Iglesia y los comunes de los pueblos por unas perras y los monumentos quedaron abandonados. El siglo pasado llegaron los americanos, los del Norte, y se llevaron piedra a piedra el claustro del monasterio cercano al pueblo. Poco más arriba, en el de al lado, se llevaron entero el ábside de una hermosa iglesia románica. Los alcaldes y los curas vendieron el alma de esta tierra por un plato de lentejas”.

La experta recomienda al viajero que vaya a otro pueblo cercano, muy curioso, en el que las puertas de las casas no se abrían a las calles principales, sino en las transversales, para que, al salir, los vecinos no se pudieran encontrar. Tan mal se llevaban. El viajero se acerca hasta allí, son unos pocos kilómetros, y encuentra cuatro casas y una iglesia monumental. Pero no se ve a nadie. Hay un coche aparcado en las afueras. En la página web del pueblo, un vecino, muy simpático, intenta corregir la mala fama y afirma que aquí los vecinos se llevan muy bien. Y tanto, no hay nadie con quien discutir.  

IMG 3134Muy cerca pasa el AVE a 220 kilómetros por hora según indica el velocímetro. Aquí no para, por supuesto. Los pasajeros ven pasar por la ventanilla la dura meseta. Un poco más abajo hay otro pueblo que cuenta ahora con apenas una veintena de vecinos. Tenía una gran estación de tren y almacenes que se apoyaban en el servicio ferroviario. La línea fue cerrada hace un cuarto de siglo. En su recorrido se montó una Vía Verde para ciclistas y excursionistas por la que nunca pasa nadie. En la antigua y hermosa estación, semiderruida, la alcaldesa intenta hace años hacer un centro social, pero el problema, decía a un diario local, es que son tan pocos que no hay gente para llenarlo.

Los pasajeros del tren de alta velocidad ven pasar este territorio, frío, seco. Es tierra de místicos, no hay más remedio. El horizonte es plano, rosado en la puesta de Sol, como la aurora de Homero. No hay apenas árboles o colinas que dulcifiquen el panorama. El cielo representa al Absoluto que lo aplasta todo. Por debajo, las gentes.

Recuerda el viajero algunas visiones que le contaba la responsable del centro cultural, que dejan en pañales a las frases míticas de Blade Runner. “Yo he visto”, decía, “cosas que no podríais imaginar. El día del eclipse de Sol, la luz amoratada iluminaba suavemente los capiteles del claustro de la iglesia de Santa María. Y en el de la gran nevada, el reflejo de la luna sobre la nieve dejaba entrever con una luz mortecina los relieves únicos de aquellas figurillas románicas”.

Cosas que, quizá, solo suceden aquí, en esta tierra donde sobrevivieron y se reprodujeron las gentes como pudieron junto al fuego en los brutales días de invierno, alimentados apenas por pan, legumbres y derivados del cerdo. El mismo viajero es descendiente de esas gentes. Sus padres lo desterraron a la ciudad a la que regresa ahora, donde se amontona la especie. Recuerda ahora aquellos veranos en el pueblo de los abuelos, cuando había que ir a buscar el agua a la fuente con el burro y los serones, y por la noche charlaban a la luz de los candiles, donde todo era autoconsumo. No sabía entonces que todo aquello era ecológico, biológico, tan idealizado hoy. Pero aquel mundo no era sostenible.

El viajero toma el coche para regresar a la gran urbe donde la gente se empuja cada vez más. Escucha en la radio que hay atascos en varias entradas. Sigue un reportaje sobre los problemas en las ciudades del mundo. En Venecia, han llegado al límite de su capacidad para la recepción de turistas. Son 30 millones de personas al año las que llegan, se hacen un selfie, y se van. Las autoridades quieren poner un peaje de 10 euros para entrar en la Serenísima. El ruido de las maletitas de los clientes de Airbnb, rodando por las piedras, pone de los nervios a los locales. La ciudad, dice la Unesco, está en peligro.

Ahora hablan de la situación en Berlín. Los ciclistas son cada vez más agresivos, las madres con sus carritos de bebé gritan: fuera, fuera, esta acera es mía. Los ecoatletas compiten por el espacio con los peatones. Hay barrios con inmigrantes de 160 nacionalidades. Los turcos, asentados hace generaciones, no quieren llevar a sus niños a la escuela con rumanos. Los recién llegados viven en guetos. Bandas de jóvenes luchan en las calles. Cada vez hay más cuchillos en un enclave que fue una isla de paz. La única industria que crece es la de la seguridad. Es Berlín-Babilonia, una ciudad, que, sin embargo, atrae a los jóvenes. Pero los hipsters que llegan a los barrios trendys tienen que enfrentarse a una dura situación multiculti, como definen la mezcla los berliners de toda la vida.

DSC 2287Recuerda el viajero las sabias palabras del camarero al comienzo de esta narración. Cuando había más gente, se pegaban. Ahora que son menos, se llevan bien.

Y reflexiona sobre las costumbres de este país guerracivilista, en donde la tradición era, o es todavía, no solo pegarse con el pueblo de al lado, sino entre los mismos vecinos, entre los de la Fuente de arriba, los acomodados, y los de la Fuente de abajo, los desheredados, que sacaban el día de la fiesta toda la furia que habían acumulado durante el año.

Parece que no hay punto intermedio: o despoblación y paz en estas tierras, o hacinamiento progresivo y agresivo en las grandes metrópolis.

El viajero ve a un lado de la carretera una hembra de jabalí con su piara de jabatos. Hay por aquí cada vez más jabalíes, más lobos, más buitres, en crecimiento exponencial. Y menos homínidos. La naturaleza sigue su curso implacable. Unas especies se adaptan más al territorio que otras. Esto queda, quedará, como un espacio natural, una Reserva de la Biosfera, que solo servirá para que los agitados ciudadanos vivan unos días de paz. Si quieren.

Esto no es una visión melancólica del territorio, piensa el viajero. Y si lo fuera, sería positivo porque la melancolía reflexiona, como sostenía el magnífico W.G. Sebald, y es una forma de resistencia al detectar los problemas. Son los políticos, los que nos administran, con su optimismo vacío y egoísta, y sus proclamas falsas los que no hablan de soluciones. Porque podría haberlas.