El dramático hundimiento de los grandes partidos alemanes

fotoEs un hito. Por primera vez en la historia reciente de Alemania (de la República Federal, que acaba de cumplir 70 años; la otra, la RDA, desapareció hace 29), un partido distinto a las grandes formaciones históricas, la socialdemocracia o la democracia cristiana, se coloca en primer lugar en los sondeos. Son los Verdes, segundos en las recientes europeas, por encima del SPD.

Es pronto para hablar de cara a unas elecciones, pero hoy las grandes ciudades alemanas son Verdes, los jóvenes  votan a los Verdes. La democracia cristiana se apoya en la gente de más edad y la socialdemocracia no impera ya ni en las regiones obreras, ni en sus viejos bastiones, como  Renania del Norte -Westfalia o Bremen.

Como consecuencia del desastre en las elecciones europeas, la presidenta del SPD, Andrea Nahles, que llevaba  apenas 14 meses en el cargo, presentará esta semana, sucesivamente, su renuncia a la dirección del grupo parlamentario socialdemócrata y a la del partido. El pasado 26-M, la vieja socialdemocracia alemana, nada menos que siglo y medio de historia, obtuvo su peor resultado a nivel nacional,  recogió apenas un 16% de votos. Es el último de una cadena de desastres, en las últimas generales, o el año pasado en Baviera y en Hesse. Su dimisión no es una sorpresa; la presión dentro del partido, sobre todo del ala más joven, se han hecho irresistible.

La socialdemocracia alemana no encuentra su hueco desde hace lustros. Salvo el intervalo en que gobernó Gerhard Schroeder con apoyo de los Verdes, los gobiernos de la Alemania post-Muro de Berlín han estado dirigidos por los democristianos.

Con sus suaves maneras, la canciller Angela Merkel derrotó, uno tras otro, a pesos pesados del SPD,  Franz –Walter Steinmeier, Peer Steinbruck y Martin Schultz.

La hasta ahora presidenta, Andre Nahles, una socialdemócrata clásica, antigua dirigente de las Juventudes del SPD, se derrota a sí misma, víctima de la falta de ideas que sean atractivas para los votantes. La socialdemocracia alemana camina hacia la irrelevancia. El problema es que, tras la última debacle, solo se habla de personas, no de programas o de ideas. Y el cambio de personas no soluciona nada, como ha demostrado la historia reciente del SPD.

La situación económica de Alemania es correcta: el desempleo es el más bajo en décadas; la economía, un tanto anticuada (mucho hierro y poca informática), todavía marcha bien. En esas condiciones, la preocupación de la gente es el medio ambiente, el cambio climático, y en este tema los dos grandes partidos de la Gran Coalición llevan años dormidos a la sombra de los laureles Verdes, que crecen y crecen. En Alemania, el tiempo de las promesas sin contenido sobre un problema como el cambio climático se ha acabado, dicen los analistas. 

andrea nahlesPero si la socialdemocracia tiene problemas graves, el todavía primer partido alemán, la democracia cristiana de Merkel, no lo tiene mejor.

Tras los reveses del año pasado en las regionales de Hamburgo y Hesse, Merkel dimitió como presidenta de la CDU y fue elegida para el cargo Annegret Kramp-Karrebauer, posible candidata a la cancillería. Pero desde que llego a Berlín desde su pequeño estado del Sarre, AKK no ha conseguido mejorar  su imagen de “conservadora de provincias”. Sin medir la repercusión, cuenta chistes en los carnavales sobre urinarios y géneros, rechaza, sin más, las propuestas europeístas de Macron,  o afirma que cerraría las fronteras en caso de llegada masiva de inmigrantes, lo que supondría una derechización de su democrático y tolerante partido. Lo último: si un youtuber pide que no se vote a la CDU, protesta y pide recortes a la libertad de expresión, lo que levanta una tormenta en los medios alemanes.  Resultado: AKK no levanta al partido, los democristianos retrocedieron también en las europeas, y serían arrastrados por la ola Verde.

Si Willy Brandt o Konrad Adenauer levantaran o levantasen la cabeza no darían crédito a lo que les está sucediendo a sus respectivos partidos, el SPD y la CDU, los dos pilares sobre los que, tras la guerra, se reconstruyó la Alemania Federal y, en buena parte, Europa, en una era de paz, por primera vez en muchos siglos (salvo que hablemos de la antigua Yugoslavia), y de prosperidad ( o lo que entendemos por prosperidad).

Hubo un momento brillante para los socialistas en Europa: Helmut Schmidt en la RFA, Olof Palme en Suecia, Bruno Kreisky en Austria, o Mitterrand en Francia.

¿Qué se hizo de aquello?, cantaría hoy un poeta provenzal,  ¿dónde están las figuras de antaño?

El socialismo europeo respaldó al Felipe González de la Transición con palabras y hechos. En una reunión  de la Internacional Socialista, Willy Brandt preguntó a un banquero español radicado en Frankfurt, que después fue embajador en Bonn, qué necesitaban los correligionarios españoles. El banquero-intermediario respondió: creo que dinero. Si hoy Brandt hiciera la misma pregunta a los militantes de su partido seguro que escucharía: ideas, lo que necesitamos son ideas. Las que también necesitan los democristianos. Porque sobre las cabezas de unos y otros hay una seria amenaza de tormentas que pondrían en peligro la Gran Coalición. Tras la dimisión de Andrea Nahles, la canciller Merkel dice que la GroKo debe seguir. Sí, ¿pero por cuánto tiempo?

Le queda un verano. En septiembre, tras las elecciones en el Este alemán, donde se hundirá el SPD, retrocederá la CDU y ascenderán los ultras de Alternativa para Alemania, Ende, que ponen en alemán al final de las películas.