Alemania y los malos humos: el dilema del gran contaminador europeo

Cuanto menos humo, más ultraderecha. Una explicación.

Actualizado recientemente18Hace poco, muchos lo hemos vivido a mediados del siglo pasado, es decir hace nada, el progreso, el futuro prometedor, estaba representado por una fábrica con muchas naves, pero sobre todo con muchas chimeneas, que echaban humo, mucho humo. Para los que emigraban del campo a la ciudad, de Guadix a Martorell, o de Fregenal de la Sierra al Ruhr, una fábrica humeante era la promesa de un buen sueldo, coche y hasta apartamento en Benidorm.

Pero eso ya no se lleva, lo de los humos quiero decir, lo del coche está por ver y Benidorm está muy saturado y muy caro.

El campeón europeo de las chimeneas era Alemania, la parte Occidental, que atraía como un imán a trabajadores desde Algeciras a Estambul, de todo el arco sur del Mediterráneo, tan bonito, tan cantado por los poetas, pero tan pobre. Pero la otrora poderosa región del Ruhr, el acero y el carbón, no es lo que era. La importación de carbón barato acabó con un modelo.

La chimenea era también el símbolo de la clase trabajadora de la socialista, comunista, o ninguna de las dos cosas, República Democrática Alemana, regida por el partido único, el SED. No había allí los problemas para formar gobierno que tenemos nosotros. Decidían cuatro bajo el dictado de Moscú y ya estaba; todo era más simple y más claro. En los carteles de agitación y propaganda, detrás de cada trabajador o trabajadora, puño en alto, había una chimenea humeante, no la hoz y el martillo. Esto eran cosas del postromántico siglo XIX, del bisabuelo Carlos y del abuelo Vladimiro.  

Lausitz, en la antigua RDA, hoy entre los Estados federados de Brandenburgo y Sajonia, era una rica y orgullosa región de Alemania antes de la Segunda gran guerra. Tras el conflicto se convirtió en el centro energético del Estado socialista.  Desde allí llegaba la electricidad a Berlín. Iluminaba hasta el Muro, para evitar que huyeran en masa los ciudadanos disgustados con el sistema. Se levantaron modélicas y monótonas ciudades de edificios prefabricados en hormigón para los proletarios/as y sus proles.

Pero con la Unificación de 1990 llegó el hundimiento. De los 80.000 empleados en la minería, el 90 % perdieron sus puestos de trabajo. Hoy, el desempleo en la región no es muy alto, el 10%, porque cientos de miles se han desplazado al Oeste.

Ahora llega la puntilla. Acaba de cerrar una de las centrales térmicas más grandes de Alemania, la de Jänschwalde, en Brandenburgo, cerca de la frontera polaca. Sus 3.000 Megavatios consumían al día 80.000 toneladas de muy contaminante lignito. El gobierno alemán se propone de aquí a 2030 acabar con la energía procedente del carbón para luchar contra el cambio climático.

Pero la ira de los ya ex trabajadores es enorme. Los jóvenes no tienen futuro. La electricidad que usan los niños ecologistas para sus móviles salía de aquí, dicen. De dónde va a salir ahora, para que puedan Twittear sus protestas, preguntan.

Y las protestas se transforman en votos. La región carbonífera del Este alemán está, recordemos, entre Brandenburgo y Sajona. En ambos Estados federados se celebraron elecciones el 1 de septiembre y en ambos subió la ultraderechista y ultranacionalista Alternativa para Alemania. En el primero dobló los votos y en el segundo los triplicó. Los Verdes alemanes, que estarían rozando el primer puesto en unas elecciones generales reciben votos en el Oeste y en algunas ciudades del Este. Pero aquí, en las regiones mineras y en el campo, en las zonas maltratadas por la Unificación, sube el voto para la AfD, y mucho entre los que votan por primera vez, un dato muy importante.

En el Este alemán se encuentran cuatro de las diez centrales más contaminantes de la Unión Europea. En Cottbus, el club de fútbol local se llama Energie, Energía, y está patrocinado por una empresa que genera electricidad a partir del carbón. Pero si no hay carbón, no hay “energía”, hay cabreo, grande y peligroso.

El debate está abierto en el mundo y muy especialmente en el gran país europeo, el gran contaminante, entre las dos grandes corrientes, los ecologistas que quieren acabar con las emisiones y los que desean mantener sus puestos de trabajo. Alternativa para Alemania asegura que la protección del medio ambiente es un tema de la izquierda. Copia el discurso de los poderosos lobbies ultraconservadores de los EEUU que luchan contra la protección frente el cambio climático. La AfD presenta una encuesta: el 57% de la población está a favor del crecimiento económico y solo el 27, por la protección del medio ambiente. Los Verdes aseguran que no, que es justo al revés.

El gobierno alemán pone sobre la mesa una propuesta para eliminar el carbón en un plazo de 20 años. Necesita invertir al menos 50.0000 millones de euros para sostener las regiones damnificadas, muchas en el Este alemán. Pero hay un problema: también hay regiones desfavorecidas en el rico Oeste y hay o habría que compensar.

La canciller Angela Merkel, al final de su carrera política, había pasado hasta ahora de puntillas sobre el gran reto que supone el calentamiento global. No quiere “meter la pata” como cuando acogió en masa a los refugiados en 2015, una de las razones del alza de la ultraderecha.

La política, ha dicho Merkel, es el arte de lo posible y en este campo del medio ambiente, ha asegurado, hemos explorado todas las posibilidades. La intención de Berlín es que en diez años el 65 % de la electricidad proceda de fuentes renovables. Intenta también reducir en una década las emisiones a la mitad que en 1990. Un reto enorme que tiene grandes costes, incluso políticos.

No hay que engañarse: los dos grandes partidos del gobierno de coalición alemán, democristianos y socialdemócratas, están en retroceso y los Verdes amenazan con situarse a la cabeza. Hay que intentar frenar la amenaza y presentarse con la etiqueta ECO.

El gobierno de coalición, tras largas discusiones contra reloj para poder llegar “limpio” a la conferencia del clima de la ONU, aprueba otro paquete de medidas para intentar frenar el calentamiento global, acabar con la calefacción por fuel, por ejemplo, y gravar las emisiones contaminantes que repercutirán en el consumidor. 

Los Verdes critican el plan porque llega tarde y se queda corto. Es decir, es más propaganda que otra cosa, humo, diríamos. Y Alternativa para Alemania aprovecha la ocasión para denunciar un plan, una ideología, dicen, que va a oprimir  los pobres ciudadanos.

Tiene muchos problemas el gobierno alemán. Tras la Unificación y el cambio de capitalidad de Bonn a Berlín muchos funcionarios se quedaron en la antigua aldea federal, no aceptaron el traslado, y ahora tienen que ir continuamente de una ciudad a la otra. El Estado alemán tuvo que pagar el año pasado nada menos que 200.000 contaminantes billetes de avión a los que “pendulan” de un lugar a otro, con las consiguientes emisiones. Hay propuestas para solucionar el problema: lo van a hacer todo por videoconferencia...

La lucha contra el cambio climático no es fácil, pero, sobre todo, no es gratuita. Si no consumimos como lo hacemos, cosas absurdas, cantidades ingentes de ropa, viajes continuos de finde y vehículos ilógicos, frenamos la economía y aumenta el desempleo.

Pero el Mercado, el de Adam Smith, no el del barrio, es más potente que la conciencia medioambiental de las gentes. Hoy, en un país tan “concienciado” como Alemania, uno de cada cuatro coches que se matricula es un gigantesco SUV, esos todoterreno o falsos 4X4 que jamás cogerán una mota de polvo en el campo, hechos para presumir al entrar en la ciudad, pesados, poco aerodinámicos, muy contaminantes, pero que con un motorcito eléctrico reciben la etiqueta ECO, aunque tengan 400 CV. Es de risa, pero permiten al conductor/a mirar desde arriba a los/as conductores/as vecinos/as.

En Alemania se ha abierto un gran debate después de que uno estos monstruos, similares a los Panzers de la segunda guerra mundial, arrollara y matara a cuatro peatones en el centro de Berlín. Inútil. La gente quiere un SUV y cuanto más grande mejor.

Desde el fondo del escenario, en pleno debate sobre el clima, el secretario general de la ONU, el portugués António Guterres exclama: ¡no me hagan discursos, traigan planes! Buen consejo, el problema es que Guterres no es muy modélico. Tras perder unas municipales, salió zumbando del gobierno a la vista que de no podía solucionar la crisis económica local y se fue, primero, a la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados. En su país hacían un chiste: primero huyó y luego se refugió. Words, words, words,que decía el Príncipe de Dinamarca.

Abrumado por tantos datos y por el futuro incierto de nuestro querido y maltratado planeta salgo a dar un paseo y termino en un barrio acomodado de la gran ciudad. De pronto, aparece una caravana de niños pedaleando en sus bicicletas. Han salido de paseo con el maestro al frente, con sus cascos, y van gritando: ¡yo no contamino! Un paseante, con aspecto de jubilado y por tanto escéptico, me comenta perplejo: yo voy a pie y tampoco contamino, y no grito, ni presumo; de niños íbamos al colegio andando. Ahora los llevan los padres en esos enormes coches al quinto pino. Cuando más rica es una familia más grande es el coche y el colegio está más lejos. Ahora se dan una vueltecita un día con la bici y creen que están salvando al mundo. ¡Qué hipocresía!, me dice. ¡Qué hipocresía!, le respondo.

La canciller alemana viaja a Nueva York, a la Conferencia sobre el clima, llevando bajo el brazo el programa contra el derroche energético. En paralelo, vuela a la cercana Washington, en otro avión, su “delfina” Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta de la democracia cristiana y Ministra de Defensa. La prensa alemana brama: ¡Qué derroche de keroseno! ¡Qué incongruencia!

No nos preocupemos: de aquí a 2050, entre la niña que llegó de la fría Suecia y la enorme conciencia medioambiental que tenemos todos, el aire estará limpio, bajarán las temperaturas y los osos polares llegarán al Sáhara.

Pero muchos no lo veremos. Una pena.