Hay mucho en juego para Europa en «las elecciones más importantes de todos los tiempos»

Ttip Usa And Europe   Alex Falc Chang

Publicado originalmente en Voxeurop.eu

¿Cuál será el resultado de las elecciones más importantes del año y quizás de la década? El politólogo holandés Cas Mudde, profesor en el estado de Georgia, comenta las posibles situaciones a las que nos podemos enfrentar y sus consecuencias en Europa.

 

La sociedad estadounidense parece estar dividida prácticamente por todo, pero la mayoría de los americanos está de acuerdo en que su «gran» país se ve amenazado por el «fascismo» y en que la «democracia» está en juego en las próximas elecciones. Esta omnipresencia del «fascismo» en el debate político es relativamente nueva, pero la idea de que las próximas elecciones son cruciales para el futuro de la democracia no lo es. Desde las «elecciones robadas» del 2000, cada presidente ha sido considerado ilegítimo por una parte cada vez mayor del otro bando, desde George W. Bush y Barack Obama hasta Donald Trump. Aunque Joe Biden gane indiscutiblemente, como indican la mayoría de los sondeos, ocurrirá lo mismo.

 

No es tan exagerado decir que las próximas elecciones presidenciales son «las más importantes de la historia de los Estados Unidos»; retrospectivamente, las elecciones de 1932 en la República de Weimar también parecían muy importantes. Nos jugamos mucho este próximo 3 de noviembre, y no solo en Estados Unidos. Al ser una superpotencia, aunque en declive, el electorado americano tiene una gran influencia no solo en su política nacional sino también internacionalmente, incluyendo la política europea. Por lo tanto, es importante que los europeos sepan lo que está en juego en Estados Unidos, tanto en política interior como exterior.

 

Las elecciones

 

Siempre es difícil escribir un artículo semanas antes de su publicación, pero lo es aún más cuando trata sobre sondeos en un contexto político tan volátil como el de Estados Unidos. Aun así, parece bastante seguro que el candidato demócrata Joe Biden ganará el voto popular. De hecho, es casi incuestionable decir que ganará con un mayor margen que Hillary Clinton en 2016 (a menudo nos olvidamos de que Clinton superó a Trump con un 2 % más de votos, casi tres millones). De todas formas, el Colegio Electoral, un sistema político antidemocrático, que da más importancia a los votos de la América rural, eligió por una clara mayoría a Trump.

 

Algunos encuestadores creen que Biden necesitaría ganar el voto popular por más de 5 millones para poder ganar en el Colegio Electoral. Según casi todos los sondeos, a mediados de octubre, esto no parece ser un problema. En muchos de estos sondeos, Biden supera a Trump con números de dos cifras por todo el país, incluyendo los sondeos de Rasmussen, que suelen ser más favorables para los republicanos y por eso los suelen utilizar Fox News y el propio Donald Trump. Por lo tanto, las predicciones atribuyen indudablemente la victoria a Biden; de hecho, la página web de Nate Silver, FiveThirtyEight, cree que el antiguo vicepresidente tiene un 88 % de posibilidades de convertirse en el nuevo presidente en enero de 2021. Aun así, predicciones similares daban cifras parecidas a Clinton… y ya sabemos cómo terminó aquello.

 

Hay razones para creer que esta vez acertarán. Los datos en los que se basan estas predicciones como la economía de cada estado y el partido que gobierna en cada uno de ellos favorecen a los demócratas, mientras que en 2016 favorecían a los republicanos. Quizá aún más crucial es el hecho de que Biden supera significativamente a Trump en muchos de los llamados «estados pendulares» (que oscilan entre ambos partidos en cada época electoral), entre ellos algunos de los más importantes que habían perdido los demócratas en 2016 (como Míchigan o Wisconsin). De hecho, los demócratas tienen opciones de ganar en varios estados que siempre se habían considerado sólidamente republicanos (como Georgia, Iowa y Carolina del Norte).

 

Aunque la pandemia de la COVID-19 haya afectado a las campañas electorales de ambos candidatos, no parece que vaya a influir en los resultados significativamente. Casi todos los americanos (el 94 %) ya se han decidido y saben a quién (no) votar. De hecho, la opinión que tienen los ciudadanos de Trump se ha mantenido sorprendentemente estable, sobre todo teniendo en cuenta la inestabilidad de su mandato. Ni siquiera la pandemia le ha hecho perder muchos seguidores, a pesar de las más de 225 000 muertes y el desempleo, que llegó a las dos cifras. De todas formas, ha habido otros factores menos importantes pero que podrían ser decisivos para el resultado de estas elecciones, sobre todo para las mujeres blancas con estudios que votarían esta vez a Biden y las personas no blancas que saldrían a votar en mayor número que anteriormente ya que han sido los más afectados por la pandemia.

 

Aunque todo apunte a la victoria de Biden, quizá incluso aplastante, el recuerdo de 2016 y la supresión del voto de los republicanos están demasiado presentes para desestimar completamente que Trump vuelva a ganar gracias al Colegio Electoral.

 

El factor más importante en las elecciones en Estados Unidos siempre es la participación. No sólo quién vote, sino quién puede votar. Desde siempre, los resultados de las elecciones en este país siempre han estado condicionados por la supresión del voto, tanto legalmente (como por ejemplo la exclusión de los afroamericanos y los nativos americanos), como ilegalmente a través de la obstrucción o la disuasión al voto, como ocurre hoy en día. La supresión del voto que está llevando a cabo la campaña republicana actual no es algo nuevo, pero ha llegado a niveles nunca antes vistos. Desde la limitación a un único buzón de entrega de votos por condado (incluso en los que tienen una población de millones de personas) en el estado de Texas hasta buzones falsos en California. Los republicanos están esforzándose al máximo para limitar la participación, sobre todo en distritos no blancos, que tienden más a votar a los demócratas. Además, ha habido largas colas de personas esperando para votar; el primer día que se pudo votar anticipadamente, en Georgia, mi ciudad universitaria (de tendencia política liberal), un amigo mío esperó 4 horas en la cola y se han escuchado testimonios de hasta 12 horas de espera.

 

Aunque todo apunte a la victoria de Biden, quizá incluso aplastante, el recuerdo de 2016 y la supresión del voto de los republicanos están demasiado presentes para desestimar completamente que Trump vuelva a ganar gracias al Colegio Electoral. Sin duda, desde 2016, hay ya muchos votantes de Trump que le han abandonado, pero no son tantos como los medios de comunicación quieren hacernos creer. Además, aquellos que le siguen siendo fieles, le defienden ciegamente. Saldrán a votar y, la gran mayoría, no se verán afectados por ningún intento de supresión del voto. Por lo tanto, me estoy preparando para ambas posibilidades, tanto para una prolongación de la situación actual, Trump en la Casa Blanca, los Republicanos controlando el Senado y los Demócratas la Cámara de Representantes, como para una victoria demócrata aplastante que consiga el control del Senado y de la Casa Blanca (lo más probable en mi opinión); aunque tampoco hay que desestimar cualquier otra fórmula intermedia.

 

¿Qué ocurrirá ahora en Estados Unidos?

 

Independientemente del resultado, el bando perdedor criticará las elecciones (en los medios de comunicación, protestas en las calles y, sin duda, hasta en los juzgados). Ambos bandos aseguran que el otro no aceptará la derrota, mientras los sondeos muestran que, cada vez más, los americanos creen que la violencia está justificada si el otro bando gana. Por eso no es sorprendente que se especule en los medios de comunicación con  «violencia poselectoral» o incluso con una «segunda guerra civil». Muchos progresistas están convencidos de que Trump no solo no aceptará los resultados electorales, sino que se negará a dejar el puesto, cometiendo un autogolpe de estado. Cualquier cosa es posible en la tan complicada situación actual de la democracia estadounidense, pero aun así comentaré a continuación las tres situaciones hipotéticas más probables y sus consecuencias.

 

La primera sería que Trump perdiese las elecciones, pero se negase a ceder y a dejar la Casa Blanca. Aunque sea lo más improbable, es una posibilidad, sobre todo porque Trump lo ha insinuado (en varias ocasiones). Teniendo en cuenta el comportamiento del Partido Republicano para con Trump durante los últimos cuatro años, podríamos asumir que le apoyarían, o al menos no se opondrían activa o abiertamente. Dependerá principalmente de la respuesta ciudadana, tanto en los medios de comunicación como en las calles, para que las fuerzas de seguridad y los militares elijan el bando del presidente electo en lugar del presidente en funciones. Sin embargo, dada la experiencia de Biden en política, incluyendo sus ocho años como vicepresidente, sus conexiones con las fuerzas de seguridad nacional son por lo menos igual de buenas, si no mejores, que las de Trump. De hecho, un sondeo reciente del Military Times mostró que, aunque Trump tenía la mayoría del apoyo de los militares en 2016, Biden le supera en 2020, si bien es cierto que también influye en estos datos el sexismo contra Clinton.

 

Pero incluso si Biden consigue llegar a la Casa Blanca, su mandato será una continuación del de Obama, principalmente obstaculizado por un Senado insurrecto, dominado por el Partido Republicano, y bloqueado por la mayoría de los estados federales, gobernados también por los republicanos. Igual que Obama, Biden intentará colaborar con los republicanos «moderados», dando mucho, pero recibiendo muy poco a cambio. Al mismo tiempo, los demócratas que controlan la Cámara estarán cada vez más frustrados e impacientes, fortaleciendo la actual rebelión interna que está inclinando al partido hacia la izquierda, sobre todo en los estados más fieles a los demócratas, como California y Nueva York. Sin embargo, Biden como presidente acabaría con los ataques a la democracia liberal, tanto prácticos como verbales, que han caracterizado el mandato de Trump, y conseguiría reinstaurar la financiación, el apoyo y la confianza en organismos federales importantes como la Agencia de protección del medio ambiente (EPA) o el FBI. Su vicepresidenta, Kamala Harris, se centraría en la reforma democrática y judicial, cambiando, aunque sea ligeramente, leyes que pueden tener un gran impacto a largo plazo.

 

La segunda hipótesis sería que Trump perdiese el voto popular, pero ganase el Colegio Electoral. Aunque sea de manera reticente, y quizá incluso tras apelaciones judiciales, Biden y los demócratas cederían, recibiendo muchas críticas por parte de la izquierda demócrata, que argumentaría que esta derrota es culpa de los «demócratas fieles a Wall Street» y que Bernie Sanders habría ganado. Asimismo, habría importantes protestas en las ciudades más grandes, acompañadas indudablemente de vandalismo y algo de violencia. Veo improbable una oposición mediante las armas. Trump vería su reelección como un apoyo a su campaña política autoritaria y racista y usaría las protestas para organizar un ataque contra la discrepancia ideológica y el derecho a la protesta, apoyado sólidamente por los republicanos, que ya sea con entusiasmo o reticencia, aceptarán la hegemonía de Trump durante los siguientes cuatro años. En general, Trump gobernaría de una forma similar a su mandato actual pero incluso más desatado y con menos oposición. 

 

Lo más importante sería que un segundo mandato de Trump podría transformar completamente al Partido Republicano, a la democracia estadounidense y al propio país. Habiendo ganado las elecciones por sí solo, ya que el partido ha decidido hacer de él el protagonista, Trump no creerá necesario colaborar con el poder establecido de la élite Republicana. Al mismo tiempo, cada vez más Republicanos afines a Trump formarán parte de organismos oficiales de legislación, poniendo por encima del partido la lealtad a Trump, sin hablar ya de lealtad a la propia democracia. Además, los jóvenes fieles a Trump, de grupos como Students for Trump o Turning Point USA, empezarán a ser incluidos en los puestos de los funcionarios experimentados dentro del Partido Republicano y de la administración del país que se nieguen a trabajar bajo el mandato de un presidente que no confía en ellos o les ignora. Aunque Trump probablemente no será capaz de destruir la estructura institucional de la democracia americana, la puede debilitar reduciendo financiación, liberalizándola y reemplazando a personal crucial para su funcionamiento (desde funcionarios de bajo nivel hasta jueces del Tribunal Supremo). A través de estas medidas, su legado podría seguir afectando al país durante décadas. 

 

La tercera opción es que Biden gane las elecciones aplastantemente, como predicen las encuestas desde hace varias semanas. The Economist afirma que Biden ganará con una probabilidad del 99 % y estima que podría ganar hasta 415 de los 538 votos del Colegio Electoral. Una victoria así sería muy significativa para el Partido Demócrata en general, incluyendo la consecuente victoria de representantes demócratas secundarios, como las legislaturas estatales y el Senado. Esto significaría que los demócratas tendrían asegurada la presidencia y controlarían el Senado y la Cámara, como en 2008. La diferencia sería que esta vez el presidente no sería un novato en Washington, sino un experimentado burócrata que no perderá los dos primeros años intentando entender cómo funciona el sistema ni intentándose ganar a republicanos reacios a colaborar.

 

 

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