El desgobierno europeo

Publicado por  EL PAIS

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Lo ocurrido esta semana en relación con Chipre ha puesto de manifiesto con total brutalidad hasta qué punto la Unión Europea tiene un problema de desgobierno. Son cuatro las razones que explican por qué el sistema decisorio europeo está gripado.

»El sistema no resuelve los problemas. Primero, no es eficaz a la hora de atajar los problemas que pretende resolver. Más bien al contrario, tiende a agravarlos. Esto es cierto tanto en el nivel macro como en el nivel micro. En el primero, observamos cómo el crecimiento se estanca, el desempleo sigue subiendo y la deuda no sólo se reduce sino que crece. La combinación de un diagnóstico de la crisis erróneamente centrado en la deuda pública, seguido de unas prescripciones articuladas en torno a la austeridad a ultranza y unos líderes europeos pegados a la arena electoral de cada país nos han llevado a un sistema de crisis permanente.

A un diseño defectuoso de la zona euro y unas políticas erróneas se ha sumado una década de dejaciones que han convertido a la UE en un campo de minas: Grecia falseando las estadísticas, Italia negándose a reducir la deuda, Alemania inundando a sus socios de dinero barato, España cebando sin límite una burbuja inmobiliaria, Irlanda inflando su sector financiero y haciendo dumping fiscal a sus socios, Chipre montando un paraíso fiscal al servicio de Rusia, y así sucesivamente.

La acumulación de una serie desequilibrios tan tóxicos, junto con la falta de instrumentos efectivos para lidiar con la crisis, nos instala en una situación en la que todos los problemas acaban adquiriendo carácter sistémico. Que España o Italia lo fueran es comprensible, pero que Grecia y hasta el minúsculo Chipre puedan desestabilizar toda la eurozona nos da la verdadera idea de la fragilidad del sistema y su falta de mecanismos de seguridad.

Que las políticas para salir de la crisis no están funcionando es evidente y que las instituciones europeas y sus líderes no están a la altura del trabajo también lo es, pero la UE sigue instalada en la autocomplacencia de los pequeños pasos y en la soberbia de pedir tiempo y paciencia. ¿Cuánta?

»El sistema no rinde cuentas. La segunda razón por la que el sistema decisorio europeo está agotando su legitimidad tiene que ver con los procedimientos, la transparencia y la rendición de cuentas. Aquí también, la evidencia se acumula, tanto en el nivel macro como en el micro.

Al parecer, todo el mundo sabía que Chipre era la lavandería de dinero negro ruso y un paraíso fiscal sobredimensionado. No hablamos de las Bahamas, sino del territorio de la UE, uno de los más regulados del mundo. ¿No hay nadie responsable de que hayamos llegado a esta situación?

La saga de las idas y venidas respecto a los depósitos bancarios ofrece también un ejemplo revelador de lo difícil que resulta entender quién toma las decisiones y responsabilizar a alguien por los errores. ¿Ha sido el gobierno chipriota, el Eurogrupo, la Comisión, Alemania, el BCE o todos ellos los responsables del desaguisado de los depósitos chipriotas? Ni lo sabemos ni lo sabremos por lo que no podremos exigir responsabilidades.

Aquí también, lo que es cierto respecto a las pequeñas decisiones también lo es respecto a las grandes. El Comisario Rehn, acosado por la evidencia empírica y los expertos, que cuestionan el mal funcionamiento de la política de austeridad a ultranza, se defiende enviando una carta a los Estados miembros en la que les pide calma y les asegura que estamos en el buen camino. Ese es el estado de la democracia en la UE; la sustitución del debate político en público por un intercambio de cartas y comunicados plagados de condescendencia.

»La Comisión y el Parlamento están fuera de juego. Más grave aún resulta el lamentable estado de la Comisión Europea, que añade un cuarto factor al desgobierno. Su Presidente, Durao Barroso, está desaparecido bajo la sombra que proyecta la figura del presidente del Consejo, Van Rompuy. Poquito a poco, con mucha discreción y aprovechando su apariencia inofensiva, este habilidoso político belga ha logrado más poder de lo que jamás pudimos imaginar. Con ello, la Comisión Europea, guardiana de los Tratados y representante del interés general europeo, ha quedado convertida en una especie de ejército de Pancho Villa donde cada Comisario va por su cuenta e interpreta su misión de acuerdo con sus propias capacidades y limitaciones. Si todos los Comisarios fueran igual de competentes (recuerden, hay nada menos que 27), la falta de liderazgo ya sería un problema, pero la realidad es que la calidad de esta Comisión es tan asimétrica que su papel político está cortocircuitado.

Ante la debilidad de esta Comisión, casi toda la sustancia política queda en manos de los Estados miembros y del Consejo. Incluso suponiendo que todos los Estados fueran iguales, nos encontraríamos con un problema serio pues, como sabemos, los comités no tienden a ser los más adecuados a la hora de tomar decisiones. ¿Se imaginan que España estuviera gobernada por la Conferencia de Presidentes Autonómicos y que tuvieran que hacer los presupuestos del Estado por unanimidad? Seguramente visualizan la pesadilla que supondría. Pero es que, además, en el Consejo las diferencias de poder entre los Estados miembros son tan brutales y han sido tan acrecentadas por esta crisis que lo que allí acontece se asemeja más a la ley de la selva donde los más fuertes imponen su ley y los demás callan que a un órgano ejecutivo o legislativo (que las dos cosas es).

Pero de entre todas las instituciones, el Eurogrupo y el BCE, convertidos en gobierno de excepción de la UE se llevan la palma en cuanto a opacidad y nula rendición de cuentas. El ultimátum lanzado a Chipre por el BCE para que se avenga a las condiciones del Eurogrupo o se marche de la zona euro es un caso claro de hasta qué punto el lenguaje de poder que caracterizó durante mucho tiempo las relaciones entre Estados europeos, y que la UE pretendía superar, está de vuelta. En una Europa que quiera por lo menos aparentar que es un estado de derecho mínimamente democrático, una decisión del calibre de enseñar la puerta de salida a un Estado miembro sólo la debería poder tomar el Consejo, de acuerdo con el Parlamento Europeo y a propuesta de la Comisión Europea, no el Presidente del Eurogrupo, el Presidente del BCE y, parecer, Angela Merkel. Estamos en 2013, no en 1914.

»El predominio de las lógicas nacionales. La última razón que explica los problemas de desgobierno y de legitimidad tiene que ver con la fragmentación de la política a lo largo de sistemas nacionales con visiones de la crisis, identidades nacionales y ciclos electorales diferenciados. No tenemos una democracia europea porque no tenemos un gobierno europeo responsable ante los ciudadanos y tampoco tenemos un demos europeo que permita una solidaridad entre los ciudadanos. Desde su óptica, el parlamento alemán hace bien en defender que los ahorradores alemanes no paguen por los desmanes de griegos o chipriotas. Por la misma razón, el parlamento chipriota se niega a suicidarse aceptando un plan que no tendrá el apoyo de sus ciudadanos. Esa suma de decisiones racionales nos lleva al desastre colectivo puesto que genera un bloqueo entre legitimidades contradictorias. Ya vivimos esto en el proceso de ratificación parlamentaria del Tratado Constitucional. Ante la imposibilidad de reformar los Tratados por miedo al bloqueo, gran número de decisiones se toman ahora por vía intergubernamental y nos encontramos con que, a cada paso, se funde el fusible parlamentario en un país y hay que volver a empezar.

»Sí que hay opciones. En el sexto año desde que comenzara la crisis, la mayoría de los líderes sigue sin entender que no se puede gobernar la crisis del euro con 17 gobiernos, 17 parlamentos y un Banco Central que tiene una mano atada a la espalda. Sorprenderá a algunos, pero no tenemos un déficit de conocimiento. No estamos desconcertados ante un extraño virus cuyo mecanismo de transmisión no entendemos. Lo que le pasa a Europa es meridiano: si se quiere una moneda común, tendrá que tener una unión bancaria, lo que significa dotarse de mecanismos europeos de supervisión bancaria, garantía de depósitos y resolución de crisis. Y eso requiere, a su vez, tener unos impuestos comunes mínimos y unas políticas fiscales comunes que no se debiliten mutuamente. Lo que a su vez exige coordinar más estrechamente las políticas económicas y vigilar más los desequilibrios que se vayan acumulando, tanto por el lado de los acreedores como de los deudores. Por razones obvias, todas esas tareas sólo pueden ser acometidas por unas instituciones que se hayan legitimado democráticamente ante los ciudadanos, no sólo en el momento de su elección, sino en cada decisión que tomen, y que tendrán que ser controladas estrechamente. El euro necesita un poder ejecutivo y un poder legislativo y un equilibrio de poder entre ellos, no esta tecnocracia de comité que tenemos en la actualidad.

No es obligatorio dar todos estos pasos hacia una unión política más capaz y legítima. Quienes quieran pueden decir “no, gracias” y bajarse del tren. Pero seguir engañándonos y pretender que estamos en el buen camino es una estrategia suicida. Sin esa unión bancaria, fiscal y económica, y sin instrumentos de legitimación política, el euro nunca será estable y en lugar de beneficiar a sus ciudadanos, les traerá sufrimientos innecesarios. Todo lo demás es el melancólico lamento de Macbeth sobre el significado de la vida tras la muerte de esposa: “ruido y furia, cuento contado por un idiota que nada significa”.