La Duda

Votar o no votar, he aquí la cuestión.

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¿Qué es más digno para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, taparse las narices después de decenas de promesas incumplidas y aceptar, como dice el gobierno, que estamos en la senda de la recuperación, o taparse también  las narices y votar en contra, aunque sean pocos los partidos que tengan discurso político, aparte de acusaciones puntuales de machismo, y que no han entrado en la senda de regeneración democrática, porque siguen teniendo imputados en sus cargos. O tomar, quizá, las armas (democráticas, eso sí) contra océanos de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?

 

Ah, querida Ofelia, después de cinco años agotadores, muchos de los ciudadanos de Europa desearían mandar a toda  la clase política al fuego del infierno y al tormento, como dice esta semana The Economist. Pero eso no es posible.

 

¿Votar, dormir el día de las elecciones, votar en blanco o a alguno de los partidos pequeños que ahora “sí nos representan”, que en realidad aglutinan unas sopas increíbles de siglas, para que nos defiendan en esa Europa controlada por la pinza entre viejos conservadores( los de siempre) y los nuevos ( viejos socialdemócratas), en esa Europa que cuando nos bombeaba dinero era maravillosa pero que ahora tiene la culpa de todos nuestros males; o a los independentistas, que no hablan del desempleo, sino de integrase en esa Europa del malestar?

 ¡Y pensar que con un voto creemos dar fin al pesar del corazón y jalearemos a los “líderes” en la noche electoral y soñaremos que evitamos los mil conflictos que constituyen la herencia de la crisis! ¡He aquí un término devotamente apetecible!

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¿Votar, no votar, votar en blanco, tal vez soñar votando a otros partidos? O no poder votar aquí (afortunadamente) a partidos radicales como en otras latitudes, la arisca Anglia o la decadente Galia, donde se echa la culpa al “otro”.

 

Pues es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevivir en ese sueño de la decepción, cuando vemos cada día que un político tras otro, un concejal tras otro, un presidente de Diputación o Autonomía se han apartado de  la senda de la corrección.

 

¿Que hacer, pues, reforzar los estados-nación, donde radica la legitimidad, en lugar de tratar de ampliar el papel de las instituciones de la UE, como sigue diciendo The Economist? ¿Sería mejor rebajar el peso del  Parlamento Europeo con un control más democrático de los parlamentos nacionales? ¿Entregar poderes de vuelta al pueblo?

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¡Esta es la reflexión que da tan larga vida al infortunio! ¿Quién querría llevar tales cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por temer a algo tras la votación, la ignorada región de cuyos confines ningún votante retorna, temor que desconcierta nuestra voluntad y nos hace soportar los males que nos afligen antes de lanzarnos a otros que desconocemos?

 

Pues ¿Quién soportaría los ultrajes y desdenes de las grandes empresas que mandan hoy en los gobiernos del mundo, los agravios del opresor cacique porque si no, no sales en la foto y no pillas el cargo, las afrentas del soberbio dirigente local, los tormentos del voto desairado, la tardanza de la ley, las insolencias del poder y los desdenes que el paciente mérito recibe del hombre indigno. Cuando uno mismo podría procurar su reposo con la simple abstención o el voto en blanco…

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Así la conciencia nos vuelve cobardes a todos y así los primitivos matices de la resolución desmayan en el pálido tinte del pensamiento, y así empresas de gran importancia, por estas consideraciones, tuercen su curso y pierden el nombre de acción.

 

Pero... ¡hermosa Ofelia!, graciosa niña, todos los partidos estarán contentos el día después de las elecciones, unos porque se han mantenido, otros porque han frenado su caída, aquellos porque nos van a representar en minoría en esa Europa de los recortes. Todos los políticos, deglutidos tiempo ha por la maquinaria de los partidos, más no los votantes que seguirán airados, en medio del pesimismo, la desesperanza, el fatalismo, la dificultad para la toma de decisiones, mientras avanzan los problemas como el envejecimiento de la población, el aumento de los costes de los programas del viejo Estado de bienestar o el incremento de la competencia de Asia o América Latina.

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