Cameron contra Juncker: el 'chantaje' de la prensa británica ya no es lo que era

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Es la primera lección que no solo se imparte en la diplomacia sino en las escuelas inglesas: Inglaterra no tiene amigos, solo intereses. Tan metido tienen tal axioma en sus genes que la derrota sufrida por el primer ministro, David Cameron, en su empeño por vetar la candidatura del luxemburgués Jean-Claude Juncker a presidir la Comisión Europea, es percibida como una bofetada brutal contra todas las esencias mismas del Reino Unido.

Como suele ser una práctica habitual, los medios de información británicos, tan críticos e independientes respecto de sus compatriotas, se alinean patrióticamente sin fisuras con la línea de su Gobierno frente al adversario, enemigo e incluso el aliado ma non troppo. Cada uno, instituciones y prensa, es consciente de su papel en esa estrategia conjunta. Y, en este caso, la labor de la prensa ha consistido en intentar destrozar sin piedad la imagen del personaje que encarna a priori aquello de lo que abomina Cameron: más europeísmo, más construcción europea y menos prevalencia de lo nacional sobre lo comunitario.

El mismo viernes los jefes de Estado y de Gobierno de los 28, en que habían de decidir finalmente el candidato que propondrían al Parlamento Europeo para presidir la Comisión, se desayunaban con el venenoso titular a toda la primera página de The Daily Telegraph: "Temores por el problema de Juncker con la bebida". Era la traca final de una ofensiva en la que cada uno respondía a la fama de su propia cabecera. Así, el populista The Sun llegó a calificar a Juncker como "el hombre más peligroso junto con Adolf Hitler". El no menos populista Daily Mirror le tildaba de "borracho que desayuna coñac", defecto que enmarcaba con otros, tales como "comportarse [en reuniones y recepciones] de manera vulgar con un lenguaje lleno de tacos". Hasta los moderados, tenidos como dechados de la información objetiva, The Guardian y The Independent también han echado su cuarto a espadas insistiendo en el supuesto problema de Juncker con la bebida.

No parece extraño por ello que, en la rueda de prensa posterior a la conclusión del Consejo Europeo de Bruselas, los corresponsales británicos sacudieran sin piedad a un David Cameron al que contemplaban como su propio general derrotado, tras comprobar que todos los europeos, con la pírrica excepción del húngaro Víktor Orban, les habían infligido un castigo colectivo sin precedentes.

Una constante muy 'british'

El comportamiento tan british de la prensa del Reino Unido respecto de los adversarios y/o competidores exteriores es una constante. Los medios británicos creen cumplir así dos de las tres tareas básicas: informar (de y cómo les conviene) y formar (mostrando a la opinión pública y ajena) el criterio correcto. Si, además, lo hacen con deleite, consiguen envolver sus campañas en lo que también se admite indulgentemente como "humor inglés".

Países, empresas, instituciones y dirigentes políticos son ensalzados o denigrados según convenga en cada momento a la estrategia global y de interés nacional. Sadam Husein, por ejemplo, puede pasar de héroe (mientras desangra a su país en una guerra de diez años con Irán) a villano (cuando se cree que puede hacerse con Kuwait y sus ingentes reservas de petróleo), en apenas unos meses. Pueden hundir la industria pesquera o alimentaria de cualquiera con difundir urbi et orbe la supuesta existencia de un virus, una bacteria o algún elemento raro en algún envase perdido del último supermercado de cualquier ciudad británica.

Esa prensa británica puede ser indulgente con las macrofiestas de sexo y botellón que sus nacionales protagonizan en Salou o en Sitges o en Mallorca, aunque la titulen con títulos tan descriptivos como 'Sodoma, Gomorra y Salou', pero pueden ser absolutamente intransigentes cuando informan sobre las negociaciones para fijar los precios de los touroperadores en la inmediata temporada, o disuadir de ir a Ibiza por supuestos problemas de seguridad y de que te quiten la cartera.

En asuntos de mayor envergadura tampoco se paran en barras. En la primavera-verano de 2012, también con The Daily Telegraph a la cabeza, los medios británicos se hartaron de anunciar la inminencia del rescate de España e Italia. Cuando se decidió que el rescate sería solamente bancario, The Economist se apresuró a calificarlo de "insuficiente", tildando a España de "país en prórroga". Ni qué decir tiene tampoco cómo la denominada Biblia de la Economía, el Financial Times, puede desencadenar la ruina de una empresa o de todo un sector de actividad.

Así, pues, el fracaso en el acoso y derribo de Juncker es tanto más estridente cuanto que hasta ahora todo era una cadena de éxitos, desde que Guillermo de Orange fundara la denominada leyenda negra, acusando a los españoles de barbarismo en su conquista y colonización de América, y a Felipe II incluso de asesinar a su propio hijo, el infante don Carlos. Una mentira que glosada incluso en una ópera por Giuseppe Verdi, está admitida como verdad incontestable, incluso en público supuestamente formado e ilustrado.

El historiador americano Philip W. Powell (1913-1987) escribió: "Dudo de que haya materia extranjera enseñada en nuestras universidades y escuelas tan cargada de prejuicios inhibidores como la cultura hispánica". Casi al final de su larga historia docente denunciaba que "los intelectuales, periodistas y políticos [anglosajones], que no se atreven a decir una palabra sobre el Islam, el colonialismo, los judíos o los negros, que no esté ajustada a la corrección política, para no mostrarse como racistas o ignorantes, repiten tópicos centenarios sobre la Inquisición, los conquistadores y los misioneros, las causas del atraso de Iberoamérica y el ser de los hispanos".

Concluía su aserto con este juicio implacable: "El español es el único pueblo del mundo que ha asumido las mentiras, las exageraciones y los insultos que sus enemigos han dicho sobre él". Hacía, obviamente, referencia a la manía de los propios españoles por la autoflagelación, y su atávica tendencia a dar credibilidad a tales insidias. Es la consagración del conocido tópico, según el cual si encuentras un hombre que hable bien de Inglaterra es inglés; si habla mal de Alemania, es francés; y si habla mal de España, es español.

Los flecos de tal leyenda también han afectado a los países iberoamericanos. A este respecto, el hispanista francés Joseph Perez refiere que baste comprobar cómo hasta hace bien poco, en el cine americano, el malo, el sucio o el maleducado era el mexicano o el indio. En los western el caballero ilustrado y conciliador es siempre el hombre del norte. "Es el trasunto -dice Perez- del pecado original de España: haber sido católica y latina", que traducido al lenguaje de los medios anglosajones equivalía a "inquisitorial, ignorante y fanática".

En todo caso, al analizar su comportamiento, los medios británicos actúan con un patriotismo que podría calificarse de automático, del que difícilmente se les puede hacer abdicar. Valga como último ejemplo el relativo a sus informaciones sobre los atentados realizados por ETA en su larga y criminal existencia. Ni la tan loada BBC ni prácticamente ningún medio oral o escrito de gran tirada se ha referido nunca a los miembros de la banda como "terroristas", calificativo del que en cambio no se apeaban cuando las informaciones atañían a los miembros del IRA irlandés y a sus atentados.