En Alemania, un moscardón Verde altera la siesta de Merkel.

En Alemania, un moscardónVerde altera la siesta de Merkel_1¿Se acuerdan de Angela Merkel? Sí, la dama de acero  inoxidable alemán (la de hierro era Thatcher), la que ponía firmes a los países pobres del Sur en medio de la crisis, la que pedía austeridad y desataba odios.

Sí, sigue siendo Canciller, o, al menos, va a la Cancillería de Berlín. Pero si hay elecciones, no comparece, porque ya “no vende”. Su tiempo se acaba o se ha acabado. Renunció a la presidencia de su partido, la CDU, tras retrocesos en serie en las generales y regionales; sigue en la Cancillería, pero no da respuesta ni a los problemas internos ni a los grandes desafíos globales.

Por dentro, Europa está sacudida por los nacionalismos ultras y antieuropeos. Por fuera, está cercada por las bravatas de Trump, las amenazas del oso ruso y por la tecnología de China, y el gran país de la Unión no hace ninguna propuesta. En el tiempo de mandato de Merkel, tres legislaturas y media, las grandes empresas chinas y estadounidenses han copado el Top-20 mundial. No hay ninguna alemana, ni europea. Europa, Alemania, Merkel, están, estamos, al ralentí, Leerlauf, se dice en alemán, marcha en vacío o en punto muerto. Aunque otros lo tienen peor, como el antaño glorioso Reino Unido de la Gran Bretaña, que da marcha atrás…

La sucesora de Merkel al frente de la CDU y posible candidata a la Cancillería,  Annegret Kramp- Karrenbauer, la que debería animar las filas democristianas, tampoco levanta el vuelo. Sus primeros comicios se saldan con un retroceso; junto con sus socios bávaros de la CSU, con el candidato a la presidencia de la Comisión, Manfred Weber, consiguen apenas el 28 % de los votos en las europeas.

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Y para la socialdemocracia, el socio en la Gran Coalición, el gran e histórico partido alemán, al que ya no vota la clase obrera, las cosas van todavía peor, de debacle en debacle. Ahora recoge apenas el 16 % de los votos en las europeas. No encuentra su línea política. Es ya el tercer partido, lo nunca visto, y pierde los comicios en la que era su última plaza fuerte, la hanseática, abierta y liberal ciudad- Estado de Bremen, por primera vez desde el final de la segunda guerra mundial. Se estimaba que un mal resultado podría llevar a la dimisión de la presidenta del SPD, Andrea Nahles, pero ésta ha respondido a los rumores con un “hay que mantener la cabeza muy alta”. Los militantes dicen que el problema no es arriba, sino abajo, en el suelo, porque no hay suelo y se hunden…

Y los Verdes suben como un cohete, se supone que de combustión respetuosa con el medio ambiente; serán árbitros para la formación de un futuro gobierno.

 

Son la corriente política de moda en Alemania, sobre todo en el Oeste, la antigua República Federal; han conseguido en las europeas su mejor resultado a nivel nacional, saltan por primera vez la barrera del 20 %, doblan el número de votos y se convierten en la segunda formación del país.

Pero no es que sean “revolucionarios” u ofrezcan algo nuevo. Se benefician porque son oposición en Berlín y porque las otras dos formaciones del gobierno de coalición son muy débiles o muy antiguas, o las dos cosas a la vez, señalan los comentaristas de la prensa alemana. Son los mediocres tiempos que corren, el Zeitgeist actual.

Los Verdes atraen a la nueva corriente de jóvenes asustados por el cambio climático, por el futuro, que piden no viajar en avión en fin de semana y renunciar a los placeres de la carne, de comer carne, queremos decir. Pero una cosa es predicar, la teoría, y otra será dar trigo, ecológico, por supuesto.

Los Verdes alemanes no son, hace ya tiempo, aquella formación ecolo-pacifista un tanto radical, al menos en las formas, que surgió al comienzo de los años 80 del siglo pasado y que llegó al Bundestag.

Los ecologistas respondían a los peligros del desarrollo en la República Federal de entonces, muy industrializada y densamente poblada. También eran los tiempos de la Guerra Fría y los dos bloques llevaron la amenaza nuclear al suelo europeo.

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Los fundis, los fundamentalistas más radicales, fueron expulsados muy pronto. Triunfaron los realos, los pragmáticos, con Joschka Fischer al frente. La euforia nacionalista de la unificación los dejó fuera del Parlamento federal. Pero pronto iniciaron una lenta tarea de recuperación en ciudades y Estados federados hasta llegar a gobernar en Berlín con la socialdemocracia de Gerhard Schroeder.

Los ecologistas alemanes son hoy un partido moderado de centro-izquierda, burgués en su acepción en alemán, término que por estas tierras es un insulto, de gentes de clase media de formación media o media –alta, que recoge sus votos sobre todo entre los jóvenes, un tercio, pero también en todas las capas de edad. 

Desde que surgieron las corrientes ecologistas, todos los partidos ponen alguna etiqueta “verde” en su programa, porque “se lleva”. Pero los democristianos y socialdemócratas alemanes, los socios en la Gran Coalición, reconocen que sí, que se lleva el verde, pero que ellos no han sabido vender el producto en el mercado electoral. 

Y los que tampoco se han impuesto a pesar de los temores han sido los ultranacionalistas de Alternativa para Alemania, que han cosechado a nivel federal un escaso 11 % de votos.

Un respiro, se dice, en medio de tantas amenazas ultras, pero en otoño hay elecciones regionales en  tres Estados federados del Este, la antigua RDA, donde la situación no es muy boyante treinta años después de la caída del Muro, y ahí la AfD será muy fuerte, superando en Brandemburgo y Sajonia a la democracia cristiana, lo que pondrá en mas aprietos a Merkel, si es que para entonces ha despertado de la siesta o sigue siendo canciller…