De Boris Nemtsov y la evolución de los medios en Rusia

Nemtsov Flores«La oposición no tiene mucha influencia en la opinión pública de Rusia», confesó Boris Efimovich Nemtsov, en su última entrevista. Estaba ante un micrófono en la emisora Eco de Moscú (Ekho Moskvy), apenas tres horas antes de ser asesinado junto al Kremlin. En ese diálogo radiofónico, sus interlocutores y los oyentes tuvieron la impresión de que tenía prisa por reafirmar su discurso, antes de la manifestación prevista el domingo 1 de marzo. Impaciente por reafirmar sus ideas. Dicen que apenas dejó hablar a sus entrevistadores.

«La crisis rusa tiene su origen en la agresión a Ucrania, porque de ahí surgieron las sanciones y a continuación la fuga de capitales. Todo surge de esa agresión insensata contra Ucrania que lleva a cabo Putin», dijo quien decía tener pruebas de la implicación de tropas regulares rusas en el conflicto ucraniano. Y cuando una periodista le preguntó por Crimea, para recordarle a Nemtsov que los habitantes de esa península deseaban unirse a la Federación Rusa, él respondió: «Estoy de acuerdo, la población de Crimea quería (mayoritariamente) unirse a Rusia; pero la cuestión no es esa. No se trata únicamente de saber lo que querían, sino de respetar la ley y del respeto a la comunidad internacional».

En Rusia, la ley se vuelve a retorcer o se esquiva, cuando es necesario castigar a quienes disienten, sean defensores de los derechos humanos, tenaces políticos opositores o periodistas empeñados en ejercer su oficio (de verdad). Y cuando se produce un asesinato como este último, los medios favorables al Kremlin se lanzan rápidamente al despliegue de una pluralidad de teorías de la conspiración. Nemtsovv, sugiere Pravda (28 de febrero) ha sido asesinado por un lío amoroso o para desestabilizar a su país. Y apuntan a la mano de Washington y al paralelismo del asesinato moscovita con otros «crímenes similares destinados a desencadenar protestas masivas de la población, como los orquestados en Argentina y Venezuela». Hipótesis a confirmar por parte de redactores con mentalidad de agentes de los servicios secretos. ¿O escriben al dictado?

Nemtsov y su pasado político

La oposición de Nemtsov a la guerra ha sido valerosa en un contexto político muy hostil. Pero –a pesar de las sospechosas circunstancias de su asesinato- hay que recordar que no estuvo siempre en la oposición. Ocupó varios altos puestos en la caótica administración del presidente Boris Yeltsin, de quien llegó a ser considerado un posible delfín. Como Yeltsin, también se alineó contra los golpistas de 1991 desde el primer momento. Luego, entre otros cargos, fue gobernador de Nizhny Novgorod; ministro de Petróleo y Energía en la época de las privatizaciones más fulgurantes y truculentas. Y estos barros vienen de aquellos lodos. Se ha recordado ahora que recibió grandes elogios de Margaret Thatcher («Liberal martyr», The Economist, 28 de febrero). Fue el tiempo del crecimiento de los oligarcas que tanto han influido en la evolución de Rusia, desde la decadencia acelerada de la burocracia soviética. Un tiempo, que sucedió a la perestroika: se marcaron entonces las fronteras entre unos y otros. En los negocios y en la política. Nemtsov evolucionó hacia la oposición mientras Putin se convertía en el auténtico heredero.

Ucrania y crisis en Rusia

De Nemtsov, sin embargo, hay que retener su consideración de que los problemas de su país no han surgido del vacío, sino de una política -la de Putin- en la que la crisis que sufre Rusia y el conflicto en Ucrania conforman dos caras de la misma moneda.

En su entrevista-testamento, Nemtsov dejó claro que la débil influencia de la oposición en la mayor parte de la ciudadanía rusa tiene que ver con el control creciente de la mayor parte de los medios y de la información en general. Y eso antecede a las choques de Crimea y la región de Donbass; a partir de los cuales Putin ha realzado ciertamente su popularidad.

Esta mañana, sin embargo, oíamos a un experto que nos advertía que tampoco son fiables del todo las encuestas relativas a ese apoyo popular masivo. La mayoría de los rusos sabe casi siempre lo que tiene que responder; aunque solo sea por trayectoria histórica, por cultura política.

Ataques, leyes y presiones

La semana pasada nuestros colegas del Sindicato de Periodistas de Rusia denunciaban de nuevo la ley de 2012 que permite declarar «agente extranjero» a cualquier organización no gubernamental, si recibe ayuda del exterior. «No se trata únicamente de las medidas administrativas que puedan llevar al cierre (de sus oficinas) o al despido de su personal, sino la posibilidad de ser condenado a diez o más años de cárcel por las razones más vagas, tales como compartir información elemental con organizaciones que no sean rusas», decía una nota firmada conjuntamente con la Federación Europea de Periodistas. La denuncia tenía que ver con la amenaza oficial contra el Centro de Defensa de los Medios, que dirige la conocida abogada Galina Arapova, experta defensora de los medios en casos «de difamación» periodística.

Recientemente, Arapova, denunciaba el sometimiento de la mayoría de los periodistas y medios, por la presión legal y económica. La autocensura se convierte en fenómeno dominante. Los asesinatos de periodistas, tristemente ejemplificados por los casos de Anna Polikovskaya y Natalya Estemirova (ambas de Novaya Gazeta) son la punta del iceberg. En los informes anuales de la Federación Internacional de Periodistas, así como de otras organizaciones como Reporteros Sin Fronteras o Article 19, las cifras varían; pero el número de periodistas asesinados supera los 200 desde la época de Yeltsin. Más de 350 si se añaden las nombres de los que murieron en actos terroristas o conflictos armados en territorios de la Federación Rusa. Y no siempre hay eco suficiente de esas muertes. Por ejemplo, la docena de periodistas asesinados en Daguestán en los últimos años no son casi citados. La autocensura se convierte en método de supervivencia para quien tiene que informar desde o en zonas muy alejadas de Moscú o San Petersburgo.

Y la limitación de información tiene otras caras. El uno de enero ha entrado en vigor, otra ley «que obliga a las redes sociales, servicios de mensajería y motores de búsqueda extranjeros a almacenar los datos personales de sus usuarios en un servidor de Rusia». El mismo objetivo tiene las limitaciones legales relativas a la publicidad o a la copropiedad de medios por parte de socios no rusos. Afectan a la misma emisora en la que Nemtsov hizo sus últimas declaraciones, al diario económico Vedomosti o al periódico en lengua inglesa, The Moscow Times. Los legisladores lo justificaban ya hace meses así: «Es la guerra fría desatada ahora contra Rusia la que nos dicta determinadas leyes» (crónica de Pilar Bonet en El País, 25 de septiembre de 2014).

El Sindicato de Periodistas de Rusia estimaba hace pocas semanas que 54 medios independientes, incluyendo cadenas de televisión como, TV-2 o TV Dozhd, están abocados al cierre, por culpa de la nueva normativa. En diciembre, Natalya Sindeeva, editora de TV Dozhd, anunciaba que continuaría emitiendo desde su domicilio en Moscú.

Ni siquiera se desarrolla el «pluralismo oligárquico» al modo del pasado yeltsiniano. «Cada oligarca ha obtenido su imperio mediático, pero cada vez es menos así. Cada vez están más unificados en lo que piensan», citaba Isabelle Mandraud del diario francés Le Monde (26 de septiembre de 2014): «Todo se hace para mostrar que Rusia se defiende contra agresiones exteriores» (artículo titulado «Contre l’ingérence étrangère» Moscou renforce sa pression sur les médias).

Nuestros colegas del Sindicato de Periodistas de Rusia citan también la Ley contra las Actividades Extremistas y la modificación del artículo 282 del Código Penal ruso, que habrían desviado una aceptable prevención contra los discursos del odio hacia el castigo de las voces disidentes o para impedir el uso de la libertad de expresión cuando se manifiesta contra los puntos de vista del gobierno. Los blogueros o autores de bitácoras de internet que sobrepasan

Reforzar la RT internacional

Por el contrario, y a pesar de la crisis, la televisión internacional RT (antes Russia Today), que emite en ruso, alemán, árabe y español, ha aumentado sus dimensiones. Y su presupuesto crece cada año (ahora un 30%, según el El País, 25 de enero de 2015, «La batalla por el mensaje global»). Al cierre forzosamente unificador del discurso en el interior se une un esfuerzo por llevar el mensaje putiniano hacia fuera de Rusia. Un mensaje que tiene como principal objetivo oponerse «a la corriente principal occidental», según declara Margarita Simonián, redactora jefa de RT y del periódico Rossiya Segodnya. El objetivo es contrarrestar a la CNN o a BBC-World. «La ofensiva tiene cara: Dmitri Kiselev, un popular presentador de televisión conocido por sus diatribas contra Occidente y los homosexuales, y por describir a Ucrania como un país dirigido por fascistas» (ídem, El País). Se trata también de impulsar una plataforma de noticias por internet y radio llamada Sputnik.

En ese ambiente, en el que la libertad de expresión o la disidencia política no son imposibles, pero sí de ejercicio muy difícil, el asesinado Boris Emtsov denunciaba el uso de términos como «quinta columna», «nacional traidores» o «junta fascista» (para referirse repetidamente al gobierno de Kiev). Reclamaba (también en su entrevista final) que los partidos opositores tuvieran al menos una hora de antena en las principales cadenas rusas de televisión. Y añadió: «Cuando el poder se concentra en las manos de una persona, eso solo conduce a la catástrofe. A una catástrofe absoluta».

Es paradójico como Rusia da saltos atrás y adelante en su historia. Nuestros colegas rusos nos recordaban una cita de Alexander Pushkin que podría corresponder hoy a algunas figuras actuales de los medios que disfrutan de los favores del Kremlin. Pushkin, poeta, fundador del periódico Literaturnaya Gazeta, decía en 1830: «Los periodistas son una gente empeñada en ser hombres de estado. Quieren moldear la opinión pública y no les importa humillarse a sí mismos ante los ojos del público, no teniendo principios, siendo poco fiables, corruptos e impúdicos». No será fácil creer lo que se vaya publicando sobre el asesinato de Boris Emtsov. Las intoxicaciones pueden llegar a ser múltiples; hasta opuestas entre sí e increíblemente creativas.

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