Felipe González pide a la Unión Europea una auténtica política anticíclica y un marco regulatorio por la crisis, por José Grau

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«¿A quién llamo para que responda Europa?». El viejo chiste de Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los EE.UU., sigue siendo verdad muchos años después, según ha dicho hoy Felipe González en Madrid, en su conferencia “Los retos de Europa y el acercamiento de las instituciones a los ciudadanos”. La voz auténtica común de Bruselas tendría consecuencias. Por ejemplo, no se dejaría tirados a unos países a los que se les corta el gas, aunque a otros les llegara. Felipe aludía a lo que ocurrió este invierno con la medida rusa de cerrar la espita.

En la sede de las Instituciones Europeas en España, en el madrileño Paseo de la Castellana, el ex presidente del Gobierno español se quejó de lo poco que se había avanzado en la política exterior y de defensa común. Con otro chiste (“Sois tan pocos, ¿por qué no os ponéis de acuerdo”, le dijo Deng Xiaoping) puso de relieve que la Unión Europea estaba perdiendo influencia precisamente porque cada uno iba por su lado. El error era doblemente peligroso, ya que los problemas eran globales. “El esfuerzo de EE.UU. es tres veces superior al de Europa”, afirmó.

Se necesita “una auténtica política común anticíclica y regulatoria en Europa”, ante la magnitud de la catástrofe económica que padecemos. Paradójicamente, añadió, si en la coyuntura actual no existiera la UE, algunos países se habrían unido para combatir la crisis. “Ahora tenemos la UE, y sin embargo, no la aprovechamos bien”.

Otro hilo conductor de su discurso fue que veía a Europa “distraída” desde 1989, cuando cayó el muro de Berlín. Ese hecho y la revolución tecnológica habían conducido a una situación, la global, a la que Bruselas no le estaba dando la respuesta adecuada. Felipe lamentó lo complicado que era entender los comunicados de la Comisión, un galimatías de siglas. Le faltó citar a Dámaso Alonso: “De aquel siglo de oro, a este siglo de siglas”. A continuación denunció que sólo grandes corporaciones con grandes gabinetes de abogados eran capaces de acceder a las ayudas de Bruselas para la investigación, el desarrollo y la innovación.

En su opinión, la agenda de Lisboa sistematiza bien los males de Europa y señaló la rigidez cultural en nuestro continente para justificar la crisis de competitividad y la escasez de nuevas empresas pujantes. En otras palabras, alababa el carácter emprendedor característico de los estadounidenses. “Aquí, incluso el 78 por ciento de los que cursan un máster en dirección de empresas no quiere crear su propia empresa. Mejor con Botín”.

Felipe esbozó las graves consecuencias del envejecimiento de la población y de la migración (“no es limitable, es corregible”), y la necesidad de la revolución energética. En el caso de España, recordó que estamos pagando unos costes de transición enormes, pero en realidad no podemos cambiar de compañía de luz o gas. Finalmente, sostuvo que no se creía que el escudo antimisiles de EE.UU. (que en principio pensaba Bush instalar en Polonia) iba contra Irán. Y terminó con dos sentencias más: “Sólo se respeta quien se hace respetar y Europa no se hace respetar”, pero aun así, “Europa es perfectamente recuperable”.