En una muestra de “eurosinceridad”, Francisco Fonseca estima que hay que dejar de hablar de Consejos Europeos “trascendentales” y del “enorme” papel de la Comisión.
De lo que se trata en estos momentos tan difíciles, asegura, es, nada menos, que de cambiar el rumbo de los que estamos haciendo; tenemos que afrontar la desafección con Europa.
¿Y por qué esta desafección?, se pregunta. Por una parte, porque habíamos renunciado a una política financiera estable y los bancos privados se habían arriesgado demasiado o, en palabras del presidente de la Comisión, habían llevado a cabo prácticas irresponsables. En definitiva, dice Fonseca, es como si los cabezas de familia no hubieran gestionado bien los asuntos domésticos.
Lo que piensan los europeos, añade, es, simplemente, que Europa no ha dado una respuesta a los problemas¿No ha hecho nada Europa?, se pregunta el representante de la Comisión. No, responde, eso no es verdad. La respuesta dada por los 27 ha sido teóricamente impecable. Se ha entrado en temas impensables hace años, como que la Comisión analice las finanzas nacionales.
Bruselas estima que sabe cuales son los problemas, precisa; el problema está en que los mercados no se lo creen.
Y no hay manera de que un político o un ciudadano apoye a Grecia, por ejemplo, si no nos creemos las cuentas griegas.
La crisis, recuerda Fonseca, nos cogió en medio de la pesada digestión por la ampliación de la Unión al Este, en pleno proceso de armonización de los intereses comunes con los nacionales.
Y queda claro, indica, que hoy no están en el poder los viejos dirigentes que dieron pasos adelante en la construcción europea porque habían vivido la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, los ciudadanos perciben que sus dirigentes son mucho menos europeístas que los de antaño y que están más centrados en los problemas nacionales.
El problema, dice Fonseca, es que los españoles, por ejemplo, no recuerdan como era España hace 30 años, del salto que hemos dado.
Interviene en este punto un asistente para decir que esta experiencia no es común en todos los países de la Unión, que en cualquier caso, hoy, el ciudadano alemán piensa que no vive tan bien como hace tres décadas, cuando el país disfrutaba todavía del desarrollo por el llamado milagro alemán de posguerra. En Alemania, los salarios de han recortado, las finanzas de estados federados y ciudades están en la ruina y hay eurofatiga: los alemanes están cansados de ser los pagadores europeos.
Fonseca hace referencia al reciente discurso del presidente de la Comisión sobre el Estado de la Unión, en el que Durão Barroso
ha pedido un Pacto Decisivo para Europa, completar una Unión Económica profunda y verdadera, basada en una Unión Política, en una Federación de Estados nacionales, con soberanía en lo nacional y soberanía compartida en las áreas comunes. Necesitamos estabilizar la zona euro, dice el documento del presidente, crecimiento para crear puestos de trabajo, modernizar las administraciones públicas y acabar con el despilfarro del gasto.
La globalización exige mas unión, más integración, sostiene Barroso. En un mundo interconectado 24 horas al día, la Unión no cuenta con mecanismos para responder a los mercados, que son mucho más rápidos que Bruselas.
Hablamos en la tertulia sobre esta Europa de las naciones y las nacionalidades de la actualidad catalana. Fonseca es claro: el artículo 4 del Tratado de la Unión remite el problema a la Constitución nacional correspondiente, es asunto” interno” de cada país. Y sobre el posible reconocimiento de un nuevo miembro de la Unión, estima que quizá no sea España el país que pondría más objeciones a la incorporación de una Cataluña independiente, sino Franca, por aquello de que después de uno podría venir otro y otro y otro...
Sobre la situación de España, Fonseca recuerda que en Agosto no ha pasado nada terrible como se temía y que los mercados se han calmado gracias a las palabras del presidente del Banco Central Europeo. Si hubiera rescate, estima, no sería como el portugués, el irlandés o el griego. El problema griego, subraya, es distinto a los demás, es una cuestión de credibilidad.
Y termina recordando las ideas que vienen de Bruselas: de esta crisis tenemos que salir más reforzados, más unidos. La alternativa es la catástrofe.