Nos acompañan, en esta ocasión, Ignacio Cembrero, corresponsal de El País en Marruecos, y Haizam Amirah, investigador principal para del Mediterráneo y el mundo árabe en el Real Instituto Elcano. Casi dos años después del inicio de esa cadena de movimientos sociales –revoluciones, las llaman algunos- que comenzó en diciembre del 2010 en Túnez, o, para otros, en enero del 2011, nos preguntamos por el estado de esos países, el camino recorrido desde entonces y el papel jugado por la Unión Europea en esos procesos.
Ambos expertos coinciden en señalar que Europa –y occidente, en general- no vio venir los acontecimientos; o no quiso verlos venir, porque no prestó atención a los muchos signos de que algo estaba cambiando en todas esas sociedades y en el estado de conciencia de sus habitantes. Pero lo cierto es que la UE se conformaba con apoyar a un conjunto de regímenes que mantuvieran el orden interno y la estabilidad. Gadafi, incluso, había sido sancionado favorablemente por Occidente, se había convertido en alguien “aceptable” con el que se podían hacer buenos negocios. Las aspiraciones de las poblaciones de los países del Magreb y de Oriente Medio no parecían contar mucho, ni siquiera en los análisis diplomáticos, y no se percibieron los cambios de valores y actitudes en todos esos países. Cuando la primavera árabe comenzó, la reacción fue lenta: la primera reacción de la señora Ashton es de marzo del 2011, y el siguiente comunicado de mayo de ese mismo año.
En dicho comunicado se emplea un lenguaje favorable a esas revueltas pero vago: se habla de “apoyar la democracia profunda”, de crecimiento inclusivo, de favorecer la amistad entre los pueblos… afirmaciones todas que –señala Haizam Amirah- suscitan la cuestión de por qué no se hizo nada de eso antes: ¿no contaba la democracia anteriormente para Europa?, ¿no era antes importante que el crecimiento económico mirara hacia la gente concreta?
La toma de postura europea se concretaba –resumen Amirah- en las tres “M”: Money, market and mobility. Es decir, en promesas de más dinero, de más apertura de los mercados para esos países y mejor control de los procesos migratorios. Pero esas promesas no han llegado a concretarse, lo que revela que Europa está en una fase de parálisis. Y que ha sido poco exigente en las exigencias frente a los lentos procesos de reforma en Jordania o Marruecos.
La respuesta a las protestas sociales en los países árabes se ha caracterizado por las tres “R”, según Amirah: revolución, reformas (o promesas de reforma) y represión. ¿Es suficiente para el anhelo de ciudadanía que suscitó las llamadas primaveras árabes? Al menos no parece que las poblaciones vayan a quedarse paradas ante situaciones como la de Egipto, cuyo presidente Mursi –Amirah nos explica que su nombre significa “murciano”- después de acaparar todos los poderes, está pretendiendo hacer la Constitución de los Hermanos Musulmanes y no la Constitución de todos los egipcios.
f
Ignacio Cembrero abunda en el apoyo que Europa prestó a los dirigentes de todos esos regímenes puestos en cuestión radicalmente –y algunos expulsados- por sus pueblos. Ben Ali en Túnez, Gadafi en Libia, Mubarak en Egipto… todos eran estimados por la UE. Como anécdota: el ministerio de Asuntos Exteriores de España emitió un comunicado de apoyo a las apresuradas promesas de cambio con las que Ben Ali trató de salir al paso de la revuelta social. Sólo unas horas después de ese comunicado, Ben Ali abandonaba el país.
Cita Cembrero otros muchos ejemplos de la tibieza y el retraso de la reacción europea: Francia, en una primera reacción, se preocupa sobre todo de proporcionar buen material antidisturbios. El golpe de estado en Mauritania frente a un presidente legítimo apenas merece la condena del titular español de exteriores, más preocupado por el control de Al Qaeda en el Magreb.
Europa, concluye el corresponsal de El País, se dedica a su propia crisis. Y no dará respuesta adecuada a lo que sucede en el Magreb, como lo demuestran los recientes recortes de los proyectos de la cooperación española en varios países y los cierres de las oficinas de cooperación en Túnez o Argelia.
¿Qué sucede, mientras tanto, en estos países del Magreb? Túnez puede ser considerado un modelo en su proceso de evolución y en el modo de elaborar su constitución, aunque todo avanza lentamente y no descarta Cembrero un intento del partido gobernante de hacer algo semejante a lo que sucede en Egipto, inclinando la balanza hacia la visión menos laica del estado. Pero, concluye, no parece fácil, ni tampoco la evolución de los indicadores económicos tunecinos es comparable en su deterioro al caso egipcio.
Siguiendo con el análisis del hoy del Magreb, afirma que Argelia es la gran desconocida en España, a pesar de su cercanía y vecindad -Barcelona esta más cerca de Argel que de Madrid-. Una sociedad compleja, una olla a presión que puede estallar en cualquier momento. En su opinión, la primavera árabe no prendió allí porque su población está muy escarmentada, “escaldada” incluso. Y porque el régimen, a la vista de lo sucedido en los países vecinos, trató de comprar a la población con aumentos espectaculares de salarios para los funcionarios, del cincuenta por ciento en algunos casos. Pero el malestar social y las aspiraciones de cambio antes o después se revelarán, vaticina.
Otro país importante para nosotros, Marruecos, que, bajo la presión de la calle y presumiblemente asesorado por Francia, abrió un proceso de reformas democráticas. Que tienen trampa, sin embargo: la nueva Carta Magna acaba asegurando un doble circuito que supedita, finalmente, todos los poderes al rey. Y que produce situaciones sorprendentes como que las Juventudes del partido Justicia y Desarrollo –islamistas moderados, en el gobierno actualmente- quieran celebrar un mitin con la presencia del primer ministro en la clausura y que el acto sea prohibido por el ministro del Interior; es decir, un ministro prohíbe la presencia del propio primer ministro. En opinión del corresponsal, las protestas volverán a Marruecos. Cuando Justicia y Caridad lo decida y reanude una colaboración con partidos de izquierda y sindicatos que ya los llevó a manifestarse conjuntamente.
En el debate que se suscita tras la exposición, aparece una preocupación central: la evolución de Egipto hace temer una presencia dominante del islamismo en todos los países. La preocupación es si habrá una evolución democrática o una involución que supedite los poderes civiles a los religiosos siguiendo el modelo salafista. ¿Qué sucede con las fuerzas laicas?, nos preguntamos. ¿Se ha moderado el islamismo, como algunos Hermanos Musulmanes afirman, para jugar un papel político central que comparan al jugado por las democracias cristianas en Europa tras la segunda guerra mundial? ¿Hay una involución en muchos países, donde tras las revoluciones ganan terreno visiones muy tradicionales que limitan, por ejemplo el papel de la mujer?
Ambos expertos coinciden en recordar los datos: los islamistas no han arrasado en ningún lugar. Tampoco donde gobiernan, como Egipto o Túnez. Sus votos, en conjunto, son menores que los de la unión de todos los partidos laicos. Es decir, cabe esperar una evolución política que cuente con ese dato esencial. Por otra parte, no parece fácil que las mujeres que adquieren un protagonismo creciente en todos estos países –más educación, más voz, menor número de hijos- vayan a aceptar una vuelta al pasado. Se advierte también que no se pueden identificar aspectos culturales y religiosos –el velo, la propia creencia religiosa- con el fundamentalismo o islamismo político. Y que, incluso, hay muchas interpretaciones de la sharia o ley islámica que la harían perfectamente compatible con el desarrollo democrático.
En opinión de Ignacio Cembrero sí hay tres grupos sociales afectados por una disminución de derechos, en los que se puede hablar de un retroceso tras las primaveras árabes y bajo los nuevos regímenes: las mujeres, los cristianos (los coptos egipcios, especialmente) y los gays. Ha disminuido la tolerancia hacia los homosexuales –siempre baja, anteriormente-, hay mayor control social sobre las mujeres y, aunque no hay una persecución oficial de los cristianos, los salafistas se sienten hoy más a sus anchas para hostigarlos en Egipto.
Pero frente a estos aspectos negativos, insisten los expertos, el conocimiento directo de estos países, el contacto directo con su población, las voces que de ellos llegan, las encuestas que en ellos se realizan sobre opiniones y estados de ánimo, permiten un “optimismo con cautela” sobre su evolución, para que las primaveras árabes acaben, por diferentes vías, respondiendo al anhelo de ciudadanía que las hizo estallar.