Y el Muro cayó sobre nuestras cabezas…

caida del muroTreinta años después de la caída del Muro de Berlín, un hecho que supuso el principio del fin de los regímenes socialistas- comunistas del Centro y Este de Europa, e, incluso, del patrón del sistema, la Unión Soviética, Bratislava, la capital de Eslovaquia, no es la cercana Viena; Budapest, la capital de Hungría, no es la capital austríaca. Praga no es Munich y Chequia no es Baviera. La antigua RDA no es la RFA. Me refiero a los niveles de renta o al estado de la opinión pública.

Apenas veinte años después del final de la segunda guerra mundial, en 1965, la República Federal de Alemania, el Oeste de la hoy Alemania “unificada”, que había quedado aplastada por las bombarderos británicos y estadounidenses y por los cañones soviéticos, era la potencia mundial que hoy conocemos, la locomotora europea, un gigante industrial, campeón mundial de la exportación, que atraía en la época a millones de emigrantes.

Nada menos que tres décadas después de la “noche más hermosa”, que, efectivamente, cambió la marcha del mundo, casi un tercio de siglo a caballo entre los muy dinámicos XX y XXI, sigue habiendo una grieta, un foso,  donde antes estaba el Muro o el Telón de Acero, entre el Centro-Este y el Oeste de Europa.  

Simplemente, se generaron unas expectativas que no se han cumplido. Y eso provoca resentimientos como estamos viendo en los regímenes nacionalistas, autoritarios, de Hungría o Polonia, o en el auge de la ultraderecha en Alemania. Las heridas no se han cerrado.

En la Alemania “ unificada”, en la recientes elecciones en el Estado federado de Turingia, al sur de la antigua República Democrática, que han pasado bastante  desapercibidas, más de 50% del voto ha sido de protesta: primeros, Die Linke, La Izquierda, que suma a disidentes  socialdemócratas con la refundación del viejo partido comunista germano-oriental, SED, reconvertido luego en el PDS. Segundos: la ultranacionalista y ultraderechista  Alternativa para Alemania. La AfD ha cosechado también este año fuertes avances en las regionales de Brandenburgo y Sajonia, como lo hizo también en las generales y en el Oeste, en Baviera y en Hesse. Algo pasa.

Treinta años después de la gloriosa caída del Muro sigue habiendo dos Alemanias. En el Oeste se vota lo que está

en boga, a Los Verdes, sin un programa bien definido, pero que queda bien a cuento del Cambio Climático. En el Este, al otro lado del antiguo Muro, los ecologistas son irrelevantes. La gente tiene otras preocupaciones.

Tras la llegada masiva de inmigrantes en 2015, tras la apertura de fronteras por parte de la canciller Merkel, hubo una cesura en Alemania: comenzó el retroceso de la democracia cristiana, el ascenso de la ultraderecha y el camino hacia la irrelevancia de la socialdemocracia, que todavía no se ha recuperado de la caída del Muro.

La Gran Coalición alemana ha entrado en una crisis severa. Tras las próximas elecciones generales será muy difícil formar gobierno; quizá una exótica coalición entre democristianos y Verdes.

A estas alturas de la Historia, todo el mundo sabe por qué se levantó el muro: para no se fueran en masa los germano-orientales del “paraíso” socialista. Todo el mundo recuerda que los Ulbricht y Honecker aseguraban que el muro iba a durar cien años. Como el Reich de Hitler, que iba a durar mil años. No se puede hacer planes, dicen los sabios del Zen.

Todo el mundo recuerda por qué cayó la Unión Soviética. El patrón de la zona estaba en bancarrota. Reagan le ganó el pulso de la Guerra Fría con cuatro videos de armas imposibles: la Guerra de las Galaxias. Moscú se asustó, era necesaria una renovación. Y llegó el aperturista Mijail Gorbachov, pero no tenía planes y el Muro se le cayó encima. En la última cumbre del Pacto de Varsovia, en junio de 1989 en Bucarest, a la que tuve el placer y honor de asistir, Gorbachov levantó la copa, se despidió de sus socios y dijo: cada uno debe seguir su camino. Luego fueron cayendo uno tras otro en aquel otoño histórico.

Los húngaros habían abierto el Telón con Austria en mayo. En agosto empezaron a huir por allí en masa germano-orientales que se convertían automáticamente en ciudadanos de la República Federal al llegar al Oeste. Siguieron las protestas en Leipzig, primero unos cientos, luego miles, decenas de miles. Las manifestaciones se extendieron a Berlín-Este. Cayó el viejo dirigente, Erich Honecker, y llegó el pobre Egon Krenz. Nadie sabía qué hacer. Moscú no iba a intervenir y no intervino, como en Hungría, como en Checoslovaquia. La gente pedía democracia, no la Unificación, como una joven Angela Merkel que pensaba que la RDA no podía diluirse en la capitalista RFA (luego cambió de opinión y se subió al carro de los vencedores, pero esa es otra historia) En medio del caos, llegó el famoso error del portavoz del gobierno de la RDA, Günter Schawobsky: pueden salir todos, ab sofort, ya, y se fueron al Muro y la barrera se abrió. Así se escribe a veces la Historia, de manera bufa.

Y todos los del Este querían ser ricos, como los del Oeste, ciudadanos de primera. “O viene el Marco alemán, o nos vamos” gritaban. Y llegó en junio del 90 la Unión económica y monetaria con un cambo absurdo, uno a uno, un pobre Marco del Este por un potente Deutsche Mark y toda la industria del este se hundió porque no era competitiva. Muchas tenían todavía las instalaciones de los años anteriores a Hitler. Millones de aquellos que querían libertad y democracia se quedaron en paro. El Muro se les cayó encima.

Me acerqué a aquel ominoso lugar en el primer aniversario de la caída, en 1990. Era una noche fría y brumosa en aquel paso de la Bornholmerstrasse que tiene un lugar en la Historia, en donde se abrió la barrera. Y allí no había nadie, ni un alma, ni un cuerpo, ni del Este ni del Oeste, no había nada que celebrar. Los del Oeste estaban pagando ya el suplemento de la Unificación, estaban hartos de los pedigüeños del Este, los Ossis. En privado te decían: “por favor, que levanten el Muro otra vez”. Los del Este estaban hartos de los arrogantes, soberbios y conquistadores occidentales, de los Wessis, que les habían cerrado todas las empresas estatales.

De vuelta a la Corresponsalía escuché en la radio un documento que desconocía: las grabaciones que el espionaje occidental había hecho de las conversaciones entre los temibles agentes de la policía de fronteras germano-orientales un año antes, en aquella noche del 9 de noviembre del 89.

“Oye, Ulrich, que tengo a unos doscientos encima del Muro”

 “Y a mí qué me dices, Hans, yo tengo a miles. ¿Disparo, o qué…?‘‘

“Y yo qué sé. Esto es un cachondeo. Aquí nadie sabe nada…”

Después, Hans y Ulrich se partían de risa. Así, ente carcajadas, terminó la temible Guerra Fría que estuvo a punto de acabar con la humanidad. Todo  había sido un mal chiste.

Si no había nada que celebrar entonces ¿qué hay que celebrar ahora?

Quizá, por eso, no entiendo muy bien toda esta furia mediática del trigésimo aniversario…

Escribo esta nota porque un compañero me envía un artículo de una periodista joven contando otra vez la historia del error de Schabowsky, y le digo que esa no es la Historia, que ya sabemos que “Ellos” eran muy malos, que es como aquel chiste del anciano que contaba siempre que podía que había hecho la mili en Melilla. Que me interesa lo que pasó después, lo que ha pasado a raíz de aquel acontecimiento histórico.

Nada menos que tres décadas después, los salarios en el Este alemán siguen siendo más bajos que en el Oeste y el desempleo, más alto. Si no hay más paro en la región oriental es porque se fueron dos millones de personas. Hay núcleos industriales dopados por la inversión federal, Leipzig, Dresde, pero también enormes extensiones vacías en Brandenburgo, Mecklenburgo-Pomerania Anterior, en Sajonia-Anhalt, en Sajonia…

Según una encuesta reciente, más de la mitad de los germano- orientales añoran el viejo Estado paternalista y protector que recortaba las libertades, pero que daba casa  a los jóvenes, más trabajo a las mujeres que en el moderno Oeste, guarderías a los padres y empleo aunque no lo hubiera, donde no había ansia consumista porque había poco que comprar. Los alemanes del Este tenían dinero pero debían esperar años a que les entregaran un coche  con carrocería de cartón-piedra. Era un régimen curioso: todo el mundo espiaba a todo el mundo; todo el mundo sabía que aquello no aguantaba, pero nadie se atrevía a decírselo a los jefes porque, como sucede en Occidente, si se lo dices, te cesa. Eso es lo que le sucedió a Nokia.

Pero algo pasa, ha pasado, dicen los analistas alemanes, algo pasa o ha pasado también más al Este para que haya ese malestar.

En el Centro y Este de Europa la recuperación se hizo a base de inversiones occidentales (habría que decir que muchas alemanas) con el compromiso sindical de mantener los sueldos bajos, menos de la mitad que en el Oeste.

Así nacieron VW en Hungría y Eslovaquia, o Suzuki, también en Hungría, y se reflotó Skoda en Chequia o Dacia (Renault) en Rumanía. Así compramos coches baratos producidos en el Este o bolsos carísimos de marca, pero cosidos con salarios ínfimos en Transilvania.  

Si hoy no hay más paro en esa región es porque, como media, emigró el 20% de la población de esos países, desde Bulgaria a Lituania, pasando por Rumanía, con picos más altos en los bálticos. En París, en Londres y en Berlín se hicieron famosos los fontaneros polacos.

El populista húngaro Viktor Orban agita el fantasma de la inmigración y lo que tiene es un problema de emigración: el que puede, se va de Hungría.

Con la caída del Muro, de aquella utopía socialista, quedó el único sistema que se mantiene vigente: un capitalismo rampante, transformado, no el de los viejos empresarios paternalistas que construían casas y hospitales para los trabajadores, sino el de los invisibles Fondos que mueven billones alrededor del globo a la velocidad de la luz buscando el máximo beneficio instantáneo a golpe de clic.  El capitalismo triunfante, libre ya de las amenazas comunistas tras la caída del Muro, creó aquellos productos financieros inverosímiles que llevaron al endeudamiento de las gentes y a la explosión de la burbuja de 2008.

Pero el Gran Capital se recuperó, las bolsas se recuperaron del crack a comienzos de esta década, y hoy alcanzan niveles record, irreales, falsos. Son otra burbuja a punto de hacer flop!

Los ricos de entonces son hoy más ricos, como leemos todos los días, pero los sueldos siguen siendo bajos por aquello de que “hay” crisis. Las clases medias han sido laminadas.

Una cosa llevó a la otra. El Muro cayó también sobre nuestras cabezas.

China aprendió aquella lección, que estudió a fondo. Esto no nos va a suceder a nosotros, dijeron, y no les pasó. Anticuado el pensamiento Mao-Tse-Tung, se dieron al capitalismo y vaya si lo hicieron bien. Derribaron el Muro de los aranceles y conquistaron el mundo. Y este otro Muro se nos cayó encima, también.

Termino esta memorabilia melancólica a la misma hora en que los berlineses del Este se agolpaban en el Muro, en el trigésimo aniversario de la gloriosa victoria de las Fuerzas del Bien contra las del Mal.

Dentro de otra década hablamos y hacemos balance, si el Cambio Climático o el auge de las otras Fuerzas del Mal lo permiten…

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