JACQUES DELORS, UN EUROPEÍSTA DE ACCIÓN

J.Delors

“Hablar es perjudicial, actuar es útil”. La frase de Jacques Delors es todo un programa vital y político. La pronunció en un encuentro con la prensa europea acreditada en Bruselas en un momento en el que se veía acosado por John Major y Helmut Kohl, que se oponían ferozmente al nuevo órdago lanzado por el político francés tras haber conseguido que Reino Unido y Alemania hubieran aceptado y ratificado el Tratado de Maastricht: la Unión Económica y Monetaria, embrión del euro como Moneda Única. “Me niego a hacer el ridículo”, dijo retando a las capitales europeas a través de los periodistas en alusión al inmovilismo que la diplomacia tradicional había impuesto a Europa desde el fin de la I Guerra Mundial y en favor de su apuesta decidida, como buen francés, de unir el franco y el marco como elemento fundamental de la recién alumbrada Unión Europea, culminación a su vez del Acta Única Europea que el Presidente de la Comisión impulsó desde su llegada en 1985 como un proyecto de paz pero también de prosperidad. El lugar en el que vivimos 30 años después.

En 1993, Bruselas era una ciudad mucho más gris que en la actualidad. La panza de burro se situaba cada mañana entre el suelo y el cielo como ahora pero todo era más triste, vetusto, decrépito. El Berlaymont, sede de la Comisión Europea en forma de Y griega, estaba siendo sometido a una intensa reforma cubierto de lonas que protegían a los transeúntes del polvo de asbesto que se había descubierto en su estructura. El imponente edificio Justus Lipsius, sede actual del Consejo Europeo, y el Parlamento Europeo, junto a una antigua estación de cercanías, solo existían en las mentes de sus respectivos arquitectos. Lo más colorista de la zona era (es) un Kiosko de patatas fritas con salsas (plato nacional belga junto con los mejillones) en el que se contaba que habían acudido los Rolling Stones con motivo de uno de sus conciertos en la capital comunitaria. A unos 200 metros se situaba la provisional sede de la Comisión Europea. Curiosamente un edificio de color claro que rompía con el gris ambiente y daba la sensación de tener luz propia, capaz de transmitir el optimismo sarcástico de su principal inquilino. De Jacques Delors, en el trato directo, impresionaba, además de su comentada mirada clara, su forma de hablar: firme pero suave, decidida pero no avasalladora. Transmitía confianza a sus interlocutores. Una característica que le permitía tejer alianzas políticas para seguir avanzando en su principal objetivo: la construcción europea. Así se entiende su complicidad con Felipe González que, como nuevo miembro del club y gran pragmático, encontró en él un soporte para la necesaria adaptación de la maltrecha y atrasada economía española. Sin Delors no se entienden los Fondos de Cohesión, que potenció para conseguir equilibrar el atraso de los países meridionales y poder seguir avanzado en el proyecto de moneda común a través del Marco Financiero Plurianual. España llegó a ingresar un billón de pesetas anuales que sirvieron para construir el país moderno en infraestructuras y servicios que ahora disfrutamos. Y todo ello con el beneplácito de Alemania y Francia e incluso de Reino Unido. Delors era socialcristiano -militó en un sindicato de esa inspiración antes de ingresar en el PS- y esto explicaría su sintonía con el cristiano demócrata Helmut Kohl. Con François Mitterrand ocupó varios puestos gubernamentales antes de ser su ministro de Finanzas. Les unía su europeísmo aunque discrepaban sobre la evolución del partido, por lo cual Delors renunció a sucederle en el Palacio del Elíseo tras ver el traspiés de Míchel Rocard, auténtico adalid de la modernización del socialismo francés. A Margaret Thatcher le convenció su perfil tecnócrata y pragmático que le consiguió un cheque que evitaba a su país ser contribuyente neto y la suficiente autonomía como para ser el “pepito grillo” de la Unión Europea sin necesidad de Brexit. Por cierto, en las tripas de aquel brillante edificio ya deambulaba el “euroescepticismo” por la sala de prensa en la oronda forma de un rubio desaliñado que disfrutaba haciendo preguntas sobre la normativa sobre el tamaño de los condones para poner en evidencia el afán normativo de los burócratas bruselenses.

Delors encontró en la Comisión Europea el instrumento de sus sueños políticos: un continente unido, federal y sin fronteras no solo para las mercancías y los servicios sino también para las personas. Bajo su mandato -la “década prodigiosa”en palabras de Gonzalez- hizo propias dos iniciativas que han tenido gran trascendencia en la configuración del concepto de “ciudadanía europea”: el Tratado de Schengen -que plasma su pragmático concepto de una Europa a varias velocidades en el que avancen los países que quieran y puedan- y el Erasmus, idea de su vicepresidente, el español Manuel Marín.

Si existieran los Estados Unidos de Europa y tuvieran su propio monte Rushmore, entre las cabezas de Schuman, Monnet, Gasperi y Adenauer habría que empezar a abrir hueco a la de Jacques Delors. Sin su trabajo y visión, el legado de los otros cuatro se habría quedado en nada.

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