Macron sin Macron

Macron

Macron ha vuelto apuntar a la Luna y la mayoría nos hemos vuelto a fijar en su dedo. Ese apéndice, casi divino, con el que el Presidente de Francia ha agitado, una vez más, la política francesa al nombrar como primer ministro a Gabriel Attal, que con 34 años desbanca al que fuera “enfant terrible” del socialismo, Laurent Fabius, como el jefe de gobierno más joven de la historia francesa. La juventud y el dinamismo son cualidades que se otorgan a Attal y que adornaron a Macron cuando llegó al Elíseo en 2017. Ahora, según coincide la mayoría de analistas de la prensa francesa, deben servir para ir construyendo el relevo en el “macronismo” cuando Macron no esté.

La juventud de Attal no le impide tener una experiencia de casi 20 años en política. Con 17 se afilió al PS tras tomar consciencia política al acompañar a sus padres a la manifestación masiva contra la posibilidad de que Le Pen (padre) accediera a la Presidencia de la República frente a Jacques Chirac. Su implicación le ha llevado a bregar desde la política municipal como concejal socialista en Vanves, una localidad de la periferia de París, y ganar la circunscripción electoral Altos del Sena, ya como diputado de la República en Marcha, en sustitución de uno los “cocodrilos” de la derecha francesa, André Santini, integrante del “clan de los corsos” que manejaba los “asuntos” -en toda la acepción de la palabra- con Chirac en la capital francesa.

Su brillantez académica -es licenciado en Derecho y tiene un máster en asuntos exteriores por SciencePo- le ha permitido llevar en paralelo una meteórica carrera en los equipos electorales y en los gabinetes ministeriales socialistas con Segolene Royal como candidata; con Marisol Touraine como ministra de Asuntos Sociales y con el propio François Hollande como Presidente, donde coincidió con Macron. También estuvo en el círculo de apoyo a Dominique Strauss-Kahn, llamado a ser el primer inquilino del Elíseo de ascendencia judía si no se hubiera cruzado con una camarera de habitación en un hotel de Nueva York.

A diferencia del volcánico director gerente del FMI, Attal lleva con discreción su vida personal: tanto su homosexualidad -algo que se asume con naturalidad por la sociedad francesa- como pertenecer a una familia judía de origen tunecino. Un dato interesante si tenemos en cuenta que muchos de los primeros ministros y presidentes, en especial en campaña electoral, deben rendir pleitesía a la influyente comunidad judía en la tradicional cena del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia. No obstante, su defensa del laicismo en la escuela y su lucha contra el acoso escolar al frente del Ministerio de Educación le han cosechado una gran popularidad entre los franceses que ya le percibían como alguien familiar tras su paso por la portavocía del gobierno.

En definitiva, Attal es el instrumento perfecto para un Macron que quiere recuperar su carisma perdido por su arrogante manera de gobernar y que le han valido tres oleadas sucesivas de protestas protagonizadas por las clases populares en la revuelta de los “chalecos amarillos”, por las clases medias contra la reforma de las pensiones y por los jóvenes franceses procedentes de la inmigración en los enésimos disturbios de los suburbios. El Presidente francés, que aún es muy joven a sus 46 años, pretende que en las próximas elecciones a las que no podrá concurrir tras dos mandatos, su movimiento político, surgido en los círculos de poder ante el hundimiento del bipartidismo, vuelva a superar el escollo de la extrema derecha de Marine Le Pen, que también ha situado a una joven promesa al frente de su formación política. De ahí que en el nuevo gobierno de Attal se mantenga a pesos pesados como el tecnócrata Bruno Le Maire en Economía, a la ultracosenvadora Catherine Vautrin en Trabajo y se abra a políticos populares como Rachida Dati, muy próxima al expresidente Sarkozy y azote de la socialista Anne Hidalgo en París.

Si George Pompidou dejó como legado arquitectónico en París el Museo Beaubourg, François Miterrand la pirámide del Louvre y Chirac el Museo del Quai Branly, Macron pasará por la reconstrucción de la Catedral de Notre Dame. Una buena imagen del que será también su legado político: renovar lo antiguo sin cambiar su esencia.

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