tertula febrero 2015

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Las fronteras de la libertad de expresión

Publicado originalmente en Periodismo Global, la otra mirada.

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Je suis Charlie / Je me sens Charlie Coulibaly – Charlie Hebdo vs Dieudonné

En estos días todos hemos sido Charlie. Todos hemos mostrado identificación y solidaridad con el diario satírico. Puede que ni siquiera lo conociéramos o -como es mi caso- no nos gustara su humor. Pero Chalie Hebdo es el símbolo de la libertad de expresión mancillada, de los mártires de este principio esencial de nuestras sociedades. Una libertad de expresión ejercida a través de la sátira, de un humor corrosivo con los dogmas y tabúes.

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Pero hay quien también en nombre de su libertad de expresión, de un supuesto desafío a las convenciones y los dogmas dice sentirse al mismo tiempo Charlie, la víctima de la libertad de expresión, y Coulibaly, el verdugo de los judios.

Es Dieudonné M’Bala M’Bala, un cómico francés (de padre camerunés y madre francesa), que de una posición crítica del racismo (su pareja cómica era un humorista judío) evolucionó hacia un antisemistismo expreso -en la elecciones al Parlamento Europeo de 2009 se presentó con una lista de extrema derecha. La “quenelle”, una especie de saludo nazi invertido, se ha convertido en seña de identidad de los jóvenes franceses de los suburbios de origen magrebí o africano. Sus espectáculos reunen a multitudes de hasta 10.000 personas y son frecuentemente prohibidos por incitación al odio racial, hasta el punto de que algunas ciudades le han declarado persona non grata. El domingo, después de describir con calificativos grandilocuentes la manifestación escribió en su Facebook sentirse como Charlie Coulibaly. La fiscalía ha abierto una investigación por apología del terrorismo y el humorista ha sido detenido para ser llevado a declarar.

Charlie y Dieudonné ridiculizan dogmas y tabúes. Pero el semanaria enlaza con la esencia de la Francia republicana (el laicismo), mientras que el cómico expresa la rabia de una sociedad fracturada comunitariamente. Ambos ejemplifican bien las fronteras de la libertad de expresión.

París contra el odio

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“Ahora nos toca seguir luchando contra el odio todos los días”, nos dice Robert Bandinter, quien fuera histórico ministro de Justicia y principal impulsor de la supresión de la pena de muerte en Francia (en 1981). Se ha parado a hablar con mi grupo de periodistas-manifestantes, que hemos empezado juntos la jornada, hacia el mediodía, entre el Sena y la estación de Austerlitz. Le doy las gracias a Badinter por su defensa de las libertades, por haber dicho que las víctimas de Charlie Hebdo son “héroes de la libertad”.

Estamos en plena manifestación de París y Bandinter (casi 88 años) se mueve entre los familiares de esas víctimas y los supervivientes, pero tiene un momento para acercarse a la pancarta que llevamos los periodistas de varias organizaciones europeas. En ningún momento se acerca a los jefes de Estado y de gobierno, donde abundan personajes que él conoce bien. Quizá toma hoy distancia, los considera lejos, moralmente muy lejos, de esos héroes abatidos. Entre quienes lo rodeaban un momento antes, hemos visto a Laurent Léger, superviviente de la matanza que tuvo lugar hace cuatro días en la redacción de Charlie. También a Renald Luzier (Luz), superviviente y escéptico: “La carga simbólica que nos están haciendo cargar ahora sobre nuestros hombros va contra todo lo que ha significado Charlie: destruir todos los símbolos, derribar todos los tabúes, dejar tiesos los fantasmas. Está bien que la gente nos apoye, pero va contra el sentido de las caricaturas de Charlie”.

A mi lado, colegas franceses y europeos. Nos han situado entre los familiares y las víctimas, que están a tres metros por delante; y los políticos, que llegan con retraso y a quienes la seguridad sitúa detrás, a unos 25 metros. Algunos no nos importan, a otros preferimos no verlos tan cerca. No quiero acordarme de su nombre. Están lejos de personas como Badinter, que representa lo mejor de la lucha política por una humanidad más justa.  Y sigue ahí, entre las víctimas y quienes puede considerar ser sus portavoces.

Memoria personal de Charlie Hebdo (al ritmo de Gainsbourg)

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Aterricé ayer en París, según lo previsto hace semanas. El avión despegó de Madrid poco después de que recibiera el primer titular del atentado. El destino eligió la fecha del vuelo, no yo. Encontré caras muy serias en el autobús 54 que pasa por la Gare du Nord. Era la última hora de la tarde y parecía un singular crepúsculo parisino, casi sin ruidos.

Esta mañana acudí a la sede de Charlie Hebdo, tras una llamada de colegas franceses. Los diversos sindicatos de periodistas de Francia organizaban un acto, con palabras, coronas de flores y lápices en alto. Había medios de comunicación de medio mundo y unas 400 personas, que aguantaban bajo una lluvia persistente y fría.

Mis colegas Dominique Pradalié (Syndicat National de Journalistes) y Patrick Kamenka (SNJ-CGT) me pidieron que -como periodista del otro lado de los Pirineos- pronunciara unas palabras ante los reunidos. Ví gente llorando. Me subí a un pivote de la acera, que era como un gran bolardo, y pedí que espantáramos juntos el miedo. Hablé de los actos que habían tenido lugar en varias ciudades, como Madrid y Barcelona. Recordé también a los policías asesinados, muertos como los periodistas en el ejercicio de su profesión. Luego me encontré al equipo de TVE (Álvaro Goikoetxea) y a un equipo de Cuatro TV.

Durante todo el día, sin poder evitarlo, tuve en mente los rostros traviesos, un tanto maliciosos, de Charb, Honoré, Wolinski, Cabu y los demás, que me hicieron reír siempre. Recuerdo que una vez me tuve que bajar de un autobús en Madrid, en el Puente de Vallecas, porque no podía contener la risa leyendo un libro de Cavanna (“Les aventures du petit Jésus“). Los demás viajeros de aquel bus me miraban como a un loco de atar; un tipo que se reía a carcajadas sin pedir permiso, sin hablar con nadie.

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